Vinces, un paseo entre lo pasado y natural.

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Presupuesto:
Menos de $100
Tiempo recomendado:
2 días

Vinces, un paseo entre lo pasado y natural.

Cuando alguien vive en una ciudad grande, trata de escaparse a un sitio más tranquilo. Para ser sinceros, Vinces no fue el primer destino que se nos pasó por la mente; pero la visita que tuvimos nos sorprendió, principalmente por la experiencia vivida en medio de una zona natural y de importancia internacional.

Cuando nos estábamos acercando a la ciudad - pasado el mediodía - después de haber viajado casi dos horas desde Guayaquil, el calor que ingresaba por las ventanas del vehículo nos daba la bienvenida a Vinces, más conocida como París Chiquito. Incluso era posible encontrar una réplica (a menor escala) de la Torre Eiffel.

Así lo comprobamos luego de dejar las mochilas en el Hotel Azuay, ubicado a pocas cuadras del centro. Pagamos USD $17,00 por una habitación con baño privado, era sencilla pero tenía todo lo necesario y una nevera pequeña.

Debemos ser sinceros: al principio, cuando recién llegamos y caminamos fuera del hotel, el lugar nos pareció poco seguro. Pero la recepcionista dijo que vayamos con tranquilidad, y que no nos preocupemos. Pasamos primero por un mercado local en la calle. Los olores de las carnes y los pescados se impregnaban en el aire, pero al ver la torre a corta distancia, nos emocionamos y aceleramos el paso.

Desde antes de viajar a Vinces, ya nos habíamos preguntado, ¿por qué le llamaban París Chiquito? Y la razón se remonta a finales del siglo XIX, cuando la ciudad tuvo su época dorada gracias a la exportación de cacao. Fue ahí cuando el Ecuador llegó a convertirse en el mayor exportador de cacao en el mundo.

Y como los dueños de estas haciendas poseían mucho dinero, enviaban a sus hijos a estudiar en el exterior, precisamente a Francia. Cuando ellos regresaban acá, hablaban el francés, traían otras costumbres, vestimentas y pensamientos. Por tal razón, levantaron la réplica de la torre, para recordar siempre una de las mejores épocas que tuvo la ciudad y el país.

Subimos por las escaleras que vimos al acercarnos a la torre. La altura no era tan elevada, a un lado se observaba el río que lleva el mismo nombre de la ciudad, y al otro, el parque principal (llamado Lorenzo Rufo Peña). A un costado, más atrás, se alzaba la iglesia y las letras grandes que formaban la palabra Vinces.

Bajamos para entrar y caminar por el parque. Vimos a varias personas mayores sentadas: algunos conversando, otros leyendo el periódico o comprando boletos de lotería; todos se refugiaban bajo la sombra de los árboles.

Al salir por el otro lado, nos topamos de frente con el antiguo Palacio Municipal de Vinces, su fachada demostraba el estilo colonial que predominaba antiguamente. Teníamos bastantes ganas de ingresar, pero por dentro lucía en mal estado, lamentablemente se encontraba abandonado y con sus puertas cerradas.

Al girar la cabeza hacia la izquierda, vimos un puente colgante, estrecho y metálico que conectaba con el otro lado del río. Sin dudarlo –pero con mucha precaución– subimos las escaleras para cruzarlo. Decidimos hacerlo hasta la mitad. Con cada paso que alguien daba, las planchas metálicas crujían y temblaban. La vista desde esa corta altura nos encantó. A lo lejos, del otro lado, visualizamos un Cristo (parecido al Corcovado de Río de Janeiro –Brasil– pero a menor escala).

Las personas que cruzaban, las mismas que nos saludaban y esperaban amablemente a que tomemos la foto para seguir su camino, nos decían que la distancia no era tan larga para llegar a pie y ver la estatua de cerca, pero desistimos. Optamos por andar en el malecón, viendo a la gente disfrutar de la playita de agua dulce (había arena) , bañándose en el río, dejando que la corriente los llevara mientras flotaban en boyas grandes. También vimos a un chico echarse un clavado desde el puente metálico.

En ese mismo río, a finales de marzo, se realiza la regata de lanchas a motor fuera de borda: una competencia que reúne gente de todas partes del país. Los botes que compiten, por lo general, vienen de Guayaquil. Según nos informaron, son los días donde más personas visitan Vinces, y en donde menos espacio queda para circular.

Cerca del malecón encontramos un restaurante llamado La Estación, donde almorzamos sopa de achochas rellenas y pollo horneado con menestra por USD $2,75. Comimos en un salón con aire acondicionado. Al salir, sentimos que el sol nos quemaba con mayor fuerza, por lo que, atravesando las calles llenas de comercios y tricimotos, regresamos al hotel hasta esperar que dieran las 06:30 PM.

A esa hora volvimos al malecón, los colores que se presentaban en el cielo cambiaban de tonalidad a medida que se ocultaba el sol. La gente seguía bañándose en el río y nosotros nos contentábamos con el paisaje. Para disminuir el calor, compramos un helado –USD $1,00– en Fratelli, una heladería bien decorada donde ellos mismos preparan sus conos de forma artesanal y con buen sabor.

Cuando viajamos, muy pocas veces salimos durante la noche. En esta ocasión, después de pasar comprando unos alimentos en el supermercado TÍA, regresamos al hospedaje más temprano de lo habitual –antes de las 08:00 PM– porque el estallido de los rayos anunciaban la lluvia. Efectivamente, a los pocos minutos las gotas eran imparables, tanto así que hasta se fue la luz por unos instantes.

Nos dormimos temprano, tratando de averiguar cómo visitar uno de los sitios naturales más relevantes del Ecuador (y de importancia internacional); desde el centro de Vinces, sólo nos separaban 9 km.

Humedal Abras de Mantequilla

El despertador sonó poco después del amanecer, desayunamos frutas dentro de la habitación y luego salimos con las mochilas. Desde el día anterior habíamos preguntado a distintas personas (en las instalaciones del hotel, en las calles, locales comerciales) si sabían cómo llegar hasta el humedal para tomar una lancha y realizar un recorrido; nadie nos daba una respuesta precisa.

Nos comunicamos con el Municipio y nos aconsejaron acudir a sus oficinas alrededor de las 08:00 AM. Pero antes de esa hora, ya teníamos un taxi que nos recogería para llevarnos hasta nuestro destino, todo gracias a “Stefa”, la amiga de una amiga que vivía en Vinces (así es el poder de las redes sociales).

También es posible llegar en vehículo propio tomando la vía a Mocache. El camino es asfaltado, decorado con mucho verde a los costados y durante el trayecto se pueden ver haciendas de maíz y arroz.

En tan sólo 10 minutos llegamos hasta el letrero que anuncia el nombre Humedal Abras de Mantequilla. Al adentrarnos hacia la derecha, el camino se volvía de tierra, un tanto lodoso debido a las lluvias. Galo, el taxista que nos recogió en el hotel, dijo que años atrás era más complicado venir hasta aquí, sobre todo en invierno; no existía la carretera, había que transportarse en bote.

Cinco minutos después, ya estábamos frente al muelle, pero no había ningún lanchero, ni guía turístico, ni señal de teléfono móvil. Vimos un centro de interpretación, un pequeño museo –ambos cerrados por el momento–, bancos para sentarse, baños públicos, una iglesia y varias casas de madera y cemento donde se asomaron unas señoras a decirnos que el lanchero llegaría pasada las 11:30 AM porque estaba trabajando (nuestro reloj marcaba apenas las 10 en punto).

Galo nos aconsejó esperar, que el paseo valía mucho la pena. Él vendría a recogernos a las 02:00 PM sin falta, ya que la navegación tardaría cerca de dos horas. Aceptamos, le entregamos los USD $7,00 de la carrera –sólo ida– y caminamos por los alrededores. Bajamos hasta el río, trepamos a una gabarra situada cerca de la orilla y vimos a unas personas acercarse en canoa.

En este lugar también se realizan competencias en el río, aunque son con remos y se las conocen como regatas campesinas. Utilizan canoas pequeñas donde sólo cabe una persona. Se llevan a cabo a finales de abril, luego de que hayan culminado las de Vinces.

Esperamos sentados bajo la sombra de un techo: por ratos corría viento y ahuyentaba a los mosquitos. A pesar de haber traído fruta y snacks, no fue suficiente para calmar el hambre, aunque tuvimos la grandísima suerte de que una de las habitantes -llamada Petita- nos invitó a almorzar en su casa.

Compartimos un gran momento junto a ella y nos habló sobre un proyecto habitacional que desea armar, en un futuro, para que los turistas puedan pasar la noche en el humedal. Dijo que dormir aquí, en un sitio tranquilo y lleno de naturaleza, era una experiencia agradable.

Cuando terminamos de comer, alrededor de las 12:00 PM, llegó el guía llamado Telmo junto al lanchero –Ángel–, quien tuvo que sacar el agua de la lancha debido a la lluvia del día anterior. Luego de saludarnos, nos explicaron en qué consistiría el paseo y qué animales se podrían observar.

El alquiler de la lancha cuesta USD $17,00 en total (sea una o más personas), con guía y lanchero a bordo. El promedio de duración es de dos horas a través de un sistema natural de lagunas pantanosas permanentes; este humedal cumple un rol fundamental en la conservación de la biodiversidad de muchas especies que habitan en la zona. También forma parte de la lista de humedales de importancia internacional desde 1971.

Antes de embarcarnos en la lancha, nos bañamos en repelente (no teníamos camiseta manga larga). Telmo nos dijo que los mosquitos son los habitantes principales del Bosque Noe Morán, el primer punto donde desembarcamos para explorar.

A medida que avanzábamos, el guía nos hablaba sobre el tipo de árbol que aparecía frente a nosotros. Mientras tanto, cortaba el monte para abrir camino con el machete que llevaba en una mano. Vimos los restos de cemento de una antigua casa que la naturaleza se había encargado de demoler. Pero lo que más nos fascinó, fueron los monos aulladores.

Telmo los buscaba en la copa de los árboles, y se guiaba por el excremento casi fresco regado en la tierra. Luego, con su machete, golpeaba los troncos y en ese instante, escuchábamos un fuerte grito agudo proveniente de lo alto. Debíamos observar con mucha concentración para encontrarlos. Vimos tres, y uno tenía una cría entre sus brazos.

La humedad y los mosquitos hicieron que nos despidamos rápidamente del bosque: dentro de la lancha, el calor era tolerable. Navegamos hasta la siguiente parada, la Isla Bonita: un pequeño rincón con mesas, hamacas y árboles que invitaban a relajarse. Los fines de semana es cuando acude la mayor cantidad de gente a pasar el día, así nos dijo el dueño del lugar -conocido como El Capitán- con quien conversamos por varios minutos.

Continuamos viajando por el humedal, viendo aves, cabañas abandonadas y personas en canoa. Podíamos adentrarnos más, pero había llegado la hora de regresar. Cuando desembarcamos en el muelle, Telmo nos abrió las puertas (él era el encargado de guardar las llaves) del centro de interpretación y del pequeño museo, llamado también Noe Morán, en honor al dueño de algunas hectáreas del humedal.

Dentro del museo, vimos vasijas y huesos humanos de las culturas prehispánicas que hallaron en la zona, al igual que elementos antiguos como una máquina de tejer, un plancha a carbón y una pipa grande (traída por los españoles) para conservar vino o agua fresca.

Nuestro taxista privado –Galo–, nos vino a recoger justo cuando terminamos el paseo, a las 02:30 PM. Nos despedimos del guía, del lanchero y de las personas que habían salido de sus casas y permanecían sentados con una sonrisa por ver a turistas en su calle. 10 minutos más tarde estábamos de regreso al centro de Vinces, listos para marcharnos después de una aventura en medio de la naturaleza.

A pesar de que no visitamos ninguna hacienda cacaotera (ya lo habíamos hecho antes en otra provincia), nos regresamos felices por la experiencia vivida en una ciudad que no habíamos colocado en la lista de lugares por visitar dentro de Ecuador. Aunque a primera instancia Vinces no nos parecía atrayente, partimos con un buen recuerdo, sobre todo por la excursión al humedal.

Información adicional:

Si desean visitar el Humedal Abras de Mantequilla, les dejamos el número celular del chofer que nos llevó: 0990092251. Su nombre es Galo, y también hace viajes privados hasta Guayaquil por USD $50,00.

El teléfono del lanchero es 0990418781, se llama Ángel Sánchez; el guía –Telmo– no tenía celular por el momento. Entre semana ambos llegan al muelle cerca de las 11:45 AM. Los fines de semana realizan paseos desde más temprano.

Si prefieren viajar en bus, pueden hacerlo desde la Terminal Terrestre de Guayaquil, tomando la Cooperativa Rutas Vinceñas, cuesta USD $3,10. Sale constantemente, aunque va rápido, hace paradas con regularidad. Tiene aire acondicionado y película a bordo.

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Menos de $100
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