Viaje gastronómico y aventurero a Jipijapa

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Presupuesto:
Medio más de $100
Tiempo recomendado:
3 días

Viaje gastronómico y aventurero a Jipijapa

Jipijapa se ubica a casi dos horas y media, si se toma como referencia la gasolinera Primax situada en la Av. del Bombero. Uno de los factores por lo que las personas optan por pasar de largo, quizás se deba a que no encuentran un buen sitio para pasar la noche. 

Nosotros estábamos en busca de un hotel; nos recomendaron unos pocos, pero tuvimos la suerte de que, al final, nos invitaron a quedarnos en una casa de lo más acogedora; la dueña fue nuestra madre adoptiva durante un fin de semana. Sin embargo, una buena opción es pasar la noche en Puerto Cayo, que queda a 30 minutos en vehículo.

¿Qué se puede hacer en Jipijapa?

Sea que se hospeden dentro de la ciudad, o en el pueblo pesquero, les aconsejamos empezar la primera actividad temprano por la mañana, ¿de cuál estamos hablando? De la caminata hasta la cima del extinto Volcán Chocotete, en la comuna ancestral de Joa; se cree que fue el único volcán ubicado en la costa Sudamericana. 

Desde Jipijapa tomamos un taxi (nos cobró $3.00) que nos condujo –en 8 minutos– hasta la comuna de Joa, donde inicia el sendero. También era posible ir en carro y dejarlo estacionado. Una persona del sector nos indicó el camino. Fuimos solos: partimos a las 10:30 Am–, y no vimos letreros más que marcas verdes pintadas en algunos árboles.

El ambiente era seco: nos tocó un día soleado y caluroso, pero a medida que subíamos por el sendero trazado, podíamos ver el paisaje lleno de grandes árboles de Ceibos. Crecían por todas partes, incluso podíamos pasar cerca de ellos; nos tenían tan maravillados que no nos fijamos en una de las señales pintadas y tomamos el lado equivocado.

Estuvimos más de media hora perdidos, andando por una parte agreste. El sendero fue desapareciendo y las ramas y arbustos nos iban dejando marcas en los brazos. No nos asustamos, decidimos volver hasta el punto –o más bien a la intersección– donde nos equivocamos de camino, pero antes de regresar, disfrutamos de un mirador improvisado que hallamos en la parte alta.

Una vez en la senda correcta, que estaba marcada por pañuelos colgados, letreros y frases pintadas en los árboles, como “amor de locos”. Continuamos hacia la cima del Chocotete, cuya parte final se volvía ligeramente más empinada, y el entorno más sofocante debido a la hora (era alrededor de la 1:30 Pm). Casi no había sombra y el sol pegaba con fuerza; una barra de chocolate que cargábamos dentro de la mochila se derritió.

Cuando alcanzamos su pequeño cráter –ubicado a 400 msnm– y observamos el paisaje montañoso alrededor (perteneciente a la Cordillera Chongón Colonche), caímos en la conclusión de que mereció la pena aguantar tanto calor. En el contorno del cráter se formaba un diminuto arco sobre el cual cruzamos a pie con bastante precaución, ya que si resbalábamos, caeríamos al precipicio.

Permanecimos varios minutos ahí arriba hasta que retornamos –en menos de una hora, sin perdernos– al punto de inicio del sendero, cerca de la carretera. Allí encontramos los pozos azufrados; se trata de una poza con agua oscura, proveniente del volcán, en la cual se puede agarrar un balde, llenarlo y llevarlo hasta una ducha individual donde pueden darse un baño terapéutico. Nosotros no lo hicimos, estábamos muy cansados.

En la Comuna de Joa no teníamos señal de celular, no pudimos llamar al taxi para que nos recogiera. Regresamos a Jipijapa en bus, y apenas llegamos, nos dirigimos hacia la Cevichería El Refugio –la cual funciona desde 1982– para recargar energías luego de una larga caminata. Qué mejor manera de reactivarse que probando uno de sus platos típicos: el Ceviche Mixto, de pescado y pulpo, con el toque especial de la salsa de maní, por sólo $6.50.

Para culminar el día, avanzamos hasta el Parque Central de Jipijapa, donde nos llamó la atención un monumento grande de uno de sus productos más representativos: El sombrero. Quisimos ingresar a la iglesia principal San Lorenzo Mártir, pero sus puertas permanecían cerradas, tuvimos que conformarnos con fotografiar sólo la fachada.

Al día siguiente nos levantamos temprano –7:30 AM– y fuimos hacia las afueras del Mercado Central con el objetivo de comprar el famoso Bollo de Chancho especial (costó $10.00). Su tamaño era enorme, nos dijeron que lo venden sólo los domingos. Alcanzaba para una familia completa. Luego ingresamos por la puerta principal y nos encaminamos a un puesto de comida llamado Tutivén, donde su dueña –la señora María– nos preparó unos exquisitos bolones mixtos con bistec de carne como desayuno.

Los puso a freír con manteca de cerdo y, después, los aplastó y formó una masa redonda con las manos sobre una bandeja de madera. Junto a nosotros se sentó un señor que pidió –para llevar– un plato llamado Perico, similar al tigrillo pero sin leche. Se lo prepara en la sartén con la misma masa de verde, bastante queso y huevo. Al verlo tan cerca, estuvimos a punto de pasarle el tenedor. No hay duda de que en los mercados se halla la mejor gastronomía de cada lugar.

Aún teníamos pendiente probar el café de Jipijapa, así que fuimos en busca del mejor, y eso era afuera de la Terminal Terrestre, donde Don Bolívar arma su quiosco con sus máquinas cafeteras. Allí, frente a los visitantes curiosos, muestra el proceso (rústico y artesanal) desde el tostado de los granos de café hasta que pasa a servirlo en una taza; o en este caso, en un vaso. 

El señor dejó que Andrea participe en la elaboración, permitiéndole moler el café en una de sus máquinas. Mientras nos contaba que viaja por distintas partes del país, asistiendo a ferias y vendiendo su producto, muchas personas, que entraban y salían de la terminal, se acercaron a comprarle un vasito. Antes de despedirnos, le compramos una libra de café por $5.00. Les avisamos: si llevan una funda, todo su vehículo, maletas y, posteriormente, su cocina quedará con un rico aroma a café.

Otro plan que nos gustó hacer en Jipijapa fue caminar por ciertas calles del centro para admirar algunos de sus murales, hechos con lujo de detalles, donde mostraban a personajes icónicos de la ciudad. 

No queríamos irnos de la Sultana del Café sin conocer alguna de las cascadas que se encuentran en los alrededores, como la de San Nicolás, Agua Dulce o Bajo Grande, pero lamentablemente, debido a las lluvias durante nuestra estadía, las carreteras, que eran secundarias y de terracería, se hallaban en mal estado. 

Una playa recóndita

Al tercer día nos despedimos de Jipijapa, nos quedamos con las ganas de conocer sus cascadas cercanas, pero antes de marcharnos, nos hablaron de una playa poco concurrida ubicada a tan sólo 40 minutos del centro de la ciudad. En ese mismo instante emprendimos viaje con dirección al mar. Estamos seguros de que ustedes hubiesen hecho lo mismo, ¿verdad?

Rápidamente llegamos a Salaite, una playa situada un poco más al sur de Puerto Cayo. Los puestos comerciales de lámparas, sombreros y demás objetos, junto a la Ruta del Spondylus, fueron nuestro punto de referencia. 

Para llegar hasta la playa, tuvimos que pedir permiso a unos moradores, ya que el sendero atravesaba parte de su terreno. Inmediatamente nos dijeron que sí, con el único requisito de mantenerla limpia y no dejar basura. Tardamos 20 minutos –a pie–. Lo primero que vislumbramos fue el Islote Pedernales. Les recomendamos cargar buen calzado y ponerse repelente (el camino hasta la playa se encuentra lleno de arbustos a los costados).

Éramos los únicos allí, teníamos la playa de Salaite para nosotros solos. Continuamos caminando sobre la arena hasta toparnos con unas enormes rocas donde pudimos treparnos. Luego, de forma repentina, nos percatamos de una cuerda verde que servía para escalar la pequeña montaña. Con temor a resbalar y llenarnos de lodo, cruzamos al otro lado donde, gracias a que la marea se encontraba baja, logramos caminar sin problema sobre las piedras y rocas resbaladizas.

Aparte del islote, el paisaje estaba compuesto por pequeñas pozas y una especie de cueva. Aunque era posible caminar por varios kilómetros más, avanzamos hasta cierta parte porque se avecinaban las nubes grises. Al momento de regresar y cruzar nuevamente la pequeña montaña, descendimos por la cuerda como si estuviésemos haciendo rápel, y fue inevitable ensuciarnos. A la suela de los zapatos se adhirió el peso del lodo, pero eso formaba parte de la aventura. 

Al finalizar el recorrido, compramos dos cocos en los puestos comerciales para recargar energías. No pudimos visitar las cascadas, pero conocimos una playa impresionante y poco concurrida, ubicada muy cerca de Jipijapa. Sin duda, pasar por la Sultana del Café no es suficiente, se necesita permanecer más de un día para disfrutar a fondo de un viaje gastronómico (recuerden que el Bollo de Chancho sólo lo venden los domingos) que también incluye excursiones a la montaña.

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