Un corto escape de Guayaquil a El Morro

Mauricio Torres

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Presupuesto:
Menos de $100
Tiempo recomendado:
1 día

Un corto escape de Guayaquil a El Morro

Escaparse de Guayaquil entre semana puede ser una bendición. Sobre todo si es una mañana nublada, que luego se convierte en lluvia torrencial. Por eso —con un amigo y su perro— decidimos irnos a algún lugar cercano, donde el clima sea diferente y de verdad haya bastante que hacer. Nuestro único limitante era la distancia porque, él debía regresar a Guayaquil por un tema de trabajo. Por eso, decidimos irnos por una ruta que cubra al Morro, Puerto el Morro (sí, no son lo mismo) y las playas en la vía a Data.

Salimos alrededor de las ocho de la mañana y llegamos al Morro casi una hora más tarde. El Morro es una pequeña parroquia en un desvío en la nueva carretera hacía Posorja. A la entrada, lo primero que uno puede apreciar es la Iglesia San Jacinto del Morro. Esta iglesia colonial es una de las más antiguas de la costa, y además fue restaurada recientemente; pintada con un color blanco y unos tonos verdes en su fachada. Eso sí, si uno va a visitarla, se lo puede realizar cualquier día menos un lunes que está cerrada al público, como nos dimos cuenta. Sin embargo, yo ya había estado en esa iglesia previamente y vale la pena visitarla.

Después de nuestra fallida visita a la Iglesia, avanzamos a Puerto el Morro a pocos minutos de ahí. Aquí el clima cambió de una mañana lúgubre, a un sol radiante. Fuimos directo al muelle para ver si nos íbamos en un tour. Fragatas y Delfines es un operador que ofrece dos rutas diferentes, de una hora y media y tres horas respectivamente. El número mínimo de pasajeros son cuatro personas, y nosotros éramos dos y un perro. Así que ante la negativa de mi amigo, para embarcarnos y disfrutar del buen clima que asomaba, nos quedamos un rato en el muelle apreciando las aves en el manglar. Desde ahí pudimos ver cormoranes, garzas, pelícanos y fragatas (fauna similar a la galapagueña) y cómo algunos de estos anidaban en las ramas. Lo único que nos faltó fue ver a los delfines, que nos ofrecía el tour. Eso queda en un pendiente.


Aprovechando el buen clima que había, mi amigo propuso ir a las playas que quedan en la Vía a Data. Estas son playas hermosas, accesibles y sin mucha gente alrededor entre semana. Así que partimos hacía allá, sobre todo para darle gusto a Terry, su perro, quien nos acompañaba con la mejor voluntad del mundo. En el camino hicimos un pequeño desvío por él, cerca al Cerro del Muerto. Además aprovechamos a ver cómo habían florecido los guayacanes de la zona. Si eres de los que les gusta este tipo de paisajes, y no quieres viajar hasta Loja o Los Ríos, esta es una buena opción. Desde el Cerro hay una vista hermosa (si el cielo está despejado) y vale la pena subir tan alto como tu físico lo permita. Es una subida fácil y recomendada.

Seguimos en nuestro camino porque el cielo comenzó a cubrirse de nuevo. Llegamos a Data y tomamos la carretera que nos lleva a Playas. Aquí es una lotería. Hay muchas entradas (algunas están marcadas y otras no) en las cuales, toca elegir en cuál aventurarse. Entramos por una cerca al Monasterio de Carmen de Santa Teresa y accedimos a la playa, donde Terry corrió, se revolcó y se bañó. Aprovechamos para descansar un rato, conversar y disfrutar de una mañana que se tornó nublada de nuevo. Sin embargo, la brisa hacía que todo valga la pena. Hubiese sido mejor si llevábamos algo de comer, pero el plan era almorzar antes de volver a Guayaquil.

Con el perro revolcado, lleno de arena y listo para viajar, nos subimos al auto con rumbo a Playas para almorzar. Nos dirigíamos a comer empanadas chilenas, porque yo, al ser alérgico a casi todo lo que sale del mar, tengo un menú playero muy limitado. Pero si no sufres de este tipo de alergias, hay una infinidad de opciones: desde Juan Ostras a cualquier esquina con comida decente. Llegamos al restaurante donde hacen estas deliciosas empanadas pero estaba cerrado. Definitivamente, haber viajado un lunes, no jugaba a nuestro favor. Así que cortamos por lo sano y nos fuimos con la vieja confiable: el Mall. Ahí si comí empanadas (Empanadas de Paco) y mi amigo disfrutó de KFC. Con el estómago lleno, decidimos regresar a Guayaquil.


Si bien suena a fracaso y fiasco total el viaje, no lo consideramos así. Escapamos de Guayaquil y su lluvia torrencial, disfrutamos del paisaje, de hacer fotos, un viaje de amigos y un perro. Pero sobre todo, aprendimos que, en cualquier otro día que deseáramos huir de Guayaquil y su lluvia o calor por algunas horas, esta es la mejor opción para hacer algo simple y que rompa la rutina. Siempre y cuando no sea un lunes.

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Experiencia relatada por:
Mauricio Torres

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