Trekking a los Picachos de Jimbura

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Datos importantes
Presupuesto:
Medio ($101 - $250)
Tiempo recomendado:
3 días.

Trekking a los Picachos de Jimbura

Tips útiles:  Llevar linterna frontal para la cabeza, Llevar dinero en efectivo (tener suelto), Cargar snacks, frutas, barras de chocolate (70 % cacao) y termo con agua.

A las 05:00 am sonó nuestra alarma, nos alistamos y salimos de nuestro hospedaje en el Centro Histórico. Nos dirigimos hacia las oficinas de Greenstep: la operadora turística que nos llevó a vivir esta gran experiencia entre pueblitos con encanto, fincas cafeteras, camping y senderismo en la montaña. Es un recorrido de 2 noches, 3 días hacia la provincia de Loja. 

Apenas llegamos, guardamos nuestras mochilas en la furgoneta, junto con los aislantes y bolsas de dormir que nos dieron en la oficina. Cerca de las nueve de la mañana, nos bajamos a nuestro primer destino: el centro turístico y restaurante Runa Wasi, a las afueras del pueblo de Saraguro. Era una parada de integración para conocernos mejor con el resto del grupo y sentarnos a desayunar. 

Alrededor de nuestra mesa había grandes ventanales, desde donde se pudo apreciar la extensión de las montañas: era una introducción a lo que nos esperaría en los próximos días. Luego de probar los panes con queso, huevos revueltos y un delicioso café servido en taza de barro, continuamos nuestro viaje hasta llegar a la ciudad de Catamayo —donde hicimos otra parada, esta vez para almorzar una Cecina: el plato típico de la zona.

Se trata de una carne de res, o cerdo, cocinada de una forma peculiar. A pesar de que sólo pedimos media cecina cada uno (por $8,00 en total en el restaurante Bachita), nos fascinó el sabor, así como los tradicionales helados de coco de $0,50. 

Este era el último punto donde podíamos usar el cajero automático (e incluso llenar el tanque de combustible), ya que el siguiente pueblito donde pasaremos la noche, es pequeño y no cuenta con ciertas cosas… pero sí que abunda la tranquilidad. 

Luego de pasar varias horas en la carretera, hicimos una parada en el Mirador Llano Grande. En el sitio nos topamos con una cruz grande de metal y varias bancas para disfrutar del paisaje. Aquí tuvimos, nuevamente, una impresionante vista panorámica de las montañas. Nos bajamos con tanta emoción por observar y fotografiar lo que teníamos enfrente, que olvidamos los abrigos en la furgoneta. Nos acordamos de ellos cuando el viento empezaba a empujarnos.

Desde aquí podíamos ver — a lo lejos— pequeños pueblitos, de los cuales uno estábamos próximo a visitar: sólo nos separaban 10 minutos. El guía nos dijo que, del otro lado de la montaña, ya se encontraba Perú. 

Antes de llegar a nuestro destino final, hicimos una parada express en las Pampas de Pisaca, donde cada uno de los integrantes del grupo se meció frente al precipicio en un columpio de madera. La vista que teníamos por delante, borraba cualquier temor que se presentase. 

A las 04:00 pm llegamos, finalmente, a Quilanga: el sitio donde pasaremos nuestra segunda noche. La furgoneta aparcó fuera del Hostal El Jardín; bajamos nuestras mochilas y nos dirigimos a nuestra habitación. Enseguida quedamos maravillados con las instalaciones. Tiene un ambiente acogedor y familiar, donde hasta las flores y plantas formaban parte de la decoración. 

Nos invitaron al comedor para degustar su famoso –y delicioso– café de altura. En la zona se produce en abundancia gracias a las condiciones climáticas que les favorecen. Luego salimos a caminar por las pequeñas y tranquilas calles de Quilanga; esa es la mejor forma de conocer la esencia de un nuevo lugar. 

En varias aceras, afuera de las puertas de las casas, veíamos sábanas con los granos de café, secándose. También nos percatamos de las bancas de madera junto a las ventanas; el clima fresco invitaba a que las personas salieran a sentarse y conversar. El tiempo aquí pasaba con mayor placidez.

Casi todas las viviendas conservan su fachada antigua, donde el material principal era la madera. El canto de los pájaros nos acompañaba mientras pasábamos por su iglesia y el Parque San Roque: punto de encuentro para los adultos mayores que se acomodaban con sus gorras, sombreros y cigarrillos en las mesas de cemento para apostar en naipes; sus juegos favoritos eran veintiuno y casino. 

Entre pequeñas calles con subidas y bajadas, llegamos a cenar a la Estancia Jaramillo, donde aparte de ofrecer alojamiento, también funciona como restaurante. Habían preparado tortillas de camarón ($3,00 cada plato) para todo el grupo. Vimos pocas opciones de locales o restaurantes, sobre todo durante la noche; sin embargo, nos dijeron que no podíamos irnos a dormir sin probar los famosos Helados Rojas. 

Los congeladores y las máquinas se encuentran dentro de una casa. Desde la puerta nos atendieron y observamos la cantidad de sabores que tenían: como mango, café y aguacate. Eran helados artesanales (los clásicos de vaso y palito), de cincuenta centavos o un dólar, ubicados frente al Parque Central.

De vuelta en el hostal, nuestros guías nos reunieron en una sala para informarnos cómo sería el itinerario del día siguiente, y antes de despedirnos y entrar a nuestras habitaciones, nos dieron una sorpresa: habían invitado a un músico de Quilanga para que nos tocase con su guitarra varias canciones típicas de la región. 

Sí, también nos ofrecieron un trago tradicional, súper fuerte. Aunque nos hubiese encantado permanecer más tiempo conversando y compartiendo, todos nos fuimos a acostar temprano. La aventura continuaba a primera hora por la mañana. 

Día 2 - Desayuno en Quilanga y Finca cafetera 

A las 08:00 am, en la mesa de la cocina nos esperaba un desayuno típico con todos los productos que son de allá. Juan Luna (propietario del Hostal El Jardín) nos brindó queso de Quilanga, chicharrón y motechoclo, acompañados con dos tipos de pan; el pancito bollo con crema y la palanqueta, ambos deliciosos. Cada integrante del grupo podía servirse la cantidad que quisiera. 

Por supuesto, no podía faltar la taza de café –semioscuro– recién pasado. El que nos dieron a probar era de la marca kawsana Coffee; justamente estábamos próximos a conocer su finca en Fundochamba, ubicada en una zona cafetalera de Loja.

A las 10:00 am, tras pasar varias curvas, llegamos a la finca. Edgar Jaramillo, dueño de la finca Kawsana Coffee (llamada también Casa del Abuelo), nos dio la bienvenida e inmediatamente nos llevó a recorrer sus inmediaciones bajo grandes y distintos tipos de árboles. Fue una corta caminata agreste con degustación incluida, donde nos dieron a probar la semilla –orgánica– del café directamente arrancada del árbol; nuestros paladares se exaltaron con los sabores cítricos y dulces. 

Avanzamos hasta una parte alta donde podíamos sentarnos a descansar o tomarnos fotos junto al valle, ya que ese espacio lo habían decorado con columpios, letreros y rosas para que los visitantes se lleven un recuerdo fotográfico. Edgar también nos comentó que en su propiedad habían encontrado restos de antiguos pobladores –como cráneos–, pero decidieron no seguir excavando.

A pocos pasos, era posible llegar a una especie de mirador, desde donde se apreciaban las montañas y el enorme tamaño de la finca. Lo que más nos cautivó fue una banca de madera alta –más de dos metros–, a la cual se ascendía por unas escaleras verticales; era el mejor spot para sacarse una foto. 

De vuelta a la entrada principal de la finca, pasamos a una cocina/comedor donde, por dos dólares por persona, nos ofrecieron una taza de café recién tostado –en este viaje tomamos café a cada hora del día– y choclo orgánico con queso; delicioso snack para continuar hacia el siguiente destino. 

Pasado el mediodía nos detuvimos en el Centro Recreacional La Unión de los Dos Ríos, un balneario en el sector de Amaluza, donde se unen los ríos Chiriaco y Pindo. El sol golpeaba con fuerza sobre nuestras cabezas. Bajamos hasta la orilla y sentíamos cómo el agua helada nos invitaba a meternos, y aunque no habíamos llevado traje de baño, eso no fue impedimento para que Andrea y algunos del grupo se sumergieran con ropa y todo en el río (recordatorio: siempre lleven ropa adicional y traje de baño a sus viajes). 

Todos nos relajamos en este lugar: los que se metieron a nadar, los que se acomodaron sobre las piedras y los que sólo nos atrevimos a sumergir los pies. Aquí también nos sentamos a comer el almuerzo que trajimos desde Quilanga. 

Con el cuerpo renovado y el estómago satisfecho, partimos rumbo a uno de los Parques Nacionales menos conocidos del país. Primero tuvimos que pasar un puesto de control militar, ya que nos encontrábamos cerca de la frontera con Perú; sólo hasta las 03:00 Pm está permitido cruzar, nosotros pasamos media hora antes sin ningún inconveniente. 

A medida que nos acercábamos al Parque Nacional Yacuri, ciertos tramos de la carretera se volvían complicados: el lodo cubría la superficie por completo. Es indispensable ir en

un vehículo 4X4 y ser un excelente conductor, como Wilson, quien maniobró con precisión la furgoneta y pudimos pasar sin quedarnos atascados. Para no correr ese riesgo, todos decidimos bajarnos de la furgoneta (sólo fue necesario en una ocasión) para que el peso sea más liviano. 

Llegamos al refugio del parque alrededor de las 03:40 Pm. La furgoneta permaneció estacionada allí hasta el día siguiente, junto con las cosas que no eran necesarias llevar a la zona de camping (recuerden que, cada detalle, es un peso adicional en sus espaldas). Nos abrigamos, sacamos nuestras mochilas con lo indispensable e iniciamos el ascenso, a pie, hasta la Laguna Negra –a esta zona se la conoce como Lagunas de Jimbura–. 

El sendero no era complicado y, supuestamente, duraba 20 minutos… pero tardamos casi una hora, porque íbamos con carga a nuestras espaldas. Llevábamos cámara, comida, ropa, bolsa de dormir, aislante y carpas. Para que la caminata sea más cómoda, es importante viajar con zapatos cómodos –de trekking, tipo botas–.

Nos acomodamos en una zona plana frente a la laguna, y aprovechamos la luz del día para armar las 4 carpas. Nosotros solos dormimos en una carpa pequeña (éramos 13 personas en total). Antes del atardecer, aprovechamos para caminar por los alrededores, subirnos a las piedras grandes y sacarnos fotos frente a las montañas. Éramos el único grupo acampando allí. 

Al caer la noche, nos pusimos las primeras capas debajo de los abrigos (tanto en la parte superior como inferior del cuerpo), porque el frío congelaba hasta los huesos. Aún así, nos encontrábamos parados en círculo frente a las carpas, conversando y compartiendo la comida que cada uno llevó. Armamos un gran banquete. Los guías llevaron una cocinita de camping y hubo hasta shawarma improvisado; como dicen: “todo en la montaña sabe riquísimo”. 

Luego de comer, charlar y pasar por el baño natural detrás de las rocas (recuerden llevarse con ustedes toda la basura que generen), nos metimos a las carpas alrededor de las 08:00 pm, ya que debíamos levantarnos a las 04:00 am.

Hubo una noche estrellada, con un poco de lluvia, un frío intenso y viento que parecía llevarse la carpa. Estábamos tan emocionados por el trekking que empezaría dentro de pocas horas, que casi no dormimos. 

De hecho, dormimos con la ropa puesta. Todos nos despertamos puntuales y, después de alistarnos (vestirnos con los abrigos, impermeable, gorro, buff, guantes) y recibir unas indicaciones de nuestros guías, iniciamos el ascenso a las 04:30 am como estaba previsto.

Día 3 - Ascenso a Los Picachos 

Lo que no habíamos considerado, es que el suelo estaría lodoso por la ligera lluvia; sin embargo, el mayor obstáculo que nos tocó superar fue subir la montaña casi a tientas: habíamos olvidado llevar las linternas (de las cosas más importantes que deben guardar en sus mochilas). Por suerte, una integrante del grupo había llevado una adicional y nos la prestó. 

Si cargan la que se amarra en la frente, y llevan las manos libres, les será más cómodo el trekking. Con una linterna para los dos, no había suficiente luz para ver con claridad el camino, avanzamos a paso lento. Uno de los guía nos acompañó y nos iba alumbrando hacia delante. 

Llegamos a la parte alta al amanecer, venciendo la oscuridad, el cansancio y soportando el frío. Tardamos dos horas. Al principio nos topamos con un paisaje nublado, por lo que nos sentamos a esperar y protegernos del viento detrás de las rocas. Aprovechamos para descansar, beber agua y recargar energías con nuestros snacks. Nuevamente compartimos lo que llevamos entre todos, como té caliente y barras de chocolate.

Hubo ratos donde el cielo se despejó casi en su totalidad y logramos observar varias lagunas, incluyendo la de nuestro camping. Nos encontrábamos a 3.800 msnm: el frío y el viento se sentían con mayor fuerza; si queríamos pararnos encima de las formaciones rocosas que sobresalen hacia el acantilado (spot fotogénico en Los Picachos), debíamos hacerlo con mucha precaución. 

Superando el miedo, nos pusimos cerca del borde de la roca que más sobresalía; cuando soplaba el viento, debíamos agacharnos para tener mejor estabilidad. La mayoría del grupo, uno a uno, nos paramos allí, incluso Andrea tuvo el tiempo suficiente para sentarse a meditar. 

Luego de las fotos, era fundamental mantener el cuerpo en movimiento para no enfriarnos, por lo que nos pusimos a caminar y algunos hasta a bailar. A pesar de que las nubes estuvieron presentes la mayor parte del tiempo, y nuestra ropa se llenó de lodo (es parte de la aventura), disfrutamos enormemente del trekking

Nos quedamos más de una hora en la cima de Los Picachos, por lo que empezamos el descenso a las 07:50 am. Los guías nos dijeron que esta vez sería más rápido y menos agotador (aparte tendríamos luz), y así fue; tardamos menos tiempo, pudimos parar a hidratarnos y tomar fotos con el paisaje despejado a menor altura. 

Seguía habiendo la misma cantidad de lodo, por lo que debíamos bajar con cuidado para no resbalar ni cargar todo el peso de nuestro cuerpo sobre las rodillas. A las 09:10

am llegamos al campamento y lo desarmamos con mucha prisa, ya que se aproximaban unas nubes grises; decidimos desayunar en el refugio.

Media hora después estábamos sentados en una mesa del comedor junto con los guardaparques, con quienes compartimos todo lo que habíamos llevado para comer. Era un desayuno buffet dentro del Parque Nacional. Después tuvimos que cambiarnos de ropa, ya que la mayor parte de nuestras prendas seguían enlodadas o mojadas (les sugerimos llevar otro par de medias y zapatos). 

Luego de pasar al baño y acomodar las mochilas en la cajuela de la furgoneta, nos embarcamos para regresar –a las 11:20 am– al pueblo de Quilanga, donde nos esperaba un almuerzo en la Estancia Jaramillo y una muestra de los distintos tipos de café que vende la marca kawsana Coffee en el Hostal El Jardín. Allí dentro cuentan con una sala donde exhiben varios de sus productos (por su puesto nos trajimos una funda a casa), junto con una máquina cafetera gigante. 

Antes de despedirnos de este tranquilo pueblito —que nos fascinó tanto por su ambiente, como por su gente — compramos galletas, pan artesanal y no podíamos marcharnos sin probar, una vez más, los Helados Rojas. Esta vez nos atendió su dueño, quien nos dijo que eran famosos por sus sabores y por su eslogan –no oficial–: “Somos Helados Rojas porque somos rotos, rompidos y rajados”. 

De Quilanga viajamos largas horas hasta Cuenca, llegamos a la medianoche. Con eso dimos fin a esta gran aventura de tres días, por distintos rincones mágicos de la provincia de Loja, incluyendo senderismo dentro del Parque Nacional Yacuri (de los menos visitados del Ecuador). 

P.D.: El valor de este tour fue de $150.00 por cada uno. Es posible hacerlo por cuenta propia, pero creemos que es más factible –y menos cansado– ir acompañados por guías profesionales, así también se vive una mejor experiencia.

Datos importantes
Presupuesto:
Medio ($101 - $250)
Tiempo recomendado:
3 días.
Experiencia relatada por:
Viaja la Vida

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