Quito, explorando su lado cultural, histórico y aventurero.

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Presupuesto:
Más de $100
Tiempo recomendado:
4 días

Quito, explorando su lado cultural, histórico y aventurero.

Quito posee una gran cantidad de iglesias antiguas, y aparte de su impresionante arquitectura colonial, cuenta con espacios destinados a la aventura sin tener que alejarse tanto del centro, así como sitios milenarios de usos ceremoniales, ¿Quieres descubrirlos?

Aunque nos encontrábamos cerca a los 3000 metros, y viniendo directo de la Costa, la altura y el frío no representó un problema el primer día. Aún así, cargábamos los abrigos y la gorra puesta –el sol golpeaba con intensidad–. Acabábamos de llegar a Quito después de ocho horas en carretera; el tiempo varía dependiendo del tráfico, esta vez tomamos como punto de partida la Primax que se encuentra en Samborondón.

Dejamos las maletas en la Rosario Hostal, ubicado cerca del Centro Histórico de la capital, por lo que decidimos ir caminando, no sin antes desayunar. Pasamos por el restaurante Frutería Monserrate. A esa hora –alrededor de las 09:00 Am– habían desayunos completos por $5.00, pero pedimos batido de mora, 2 bolones y una empanada de verde con queso por $7.00.

Salimos con suficiente energía para visitar nuestro primer punto: La Basílica del Voto Nacional: un enorme edificio –católico– de estilo neogótico que logra llamar la atención desde varias cuadras atrás. Su construcción, que empezó en 1892, tardó 100 años, quizás por eso cada detalle de su arquitectura es tan fascinante, comenzando por su fachada y sus decoraciones alrededor, como los animales originarios del Ecuador que reemplazan a las tradicionales gárgolas del estilo gótico, lo que hacen que sea una edificación única en el país.

Ingresar cuesta $1.00 y $2.00 para extranjeros. Recomendamos ir en la mañana para recorrerla con calma, a nosotros nos llevó dos horas. Subimos por sus escaleras y pasamos primero por un mirador, desde donde se apreciaba a lo lejos la Virgen del Panecillo. Seguimos por un corredor angosto que conducía hacia una de las torres: las escaleras para llegar hasta la parte alta son sumamente inclinadas, sólo puede pasar una persona a la vez.


En algunos visitantes, el vértigo se hace presente, pero la vista que se obtiene desde lo alto, hace que el susto valga la pena. Este es el punto desde donde muchos turistas se sacan la foto del recuerdo; sin embargo, existe otro rincón fascinante dentro de la Basílica.

Al bajar de la torre, nos encaminamos hacia el reloj, subimos por unas escaleras angostas en forma de caracol. Pasamos por una muestra con antiguas fotografías de su construcción y llegamos a la parte más alta, hasta donde se permite subir a los turistas. Es un rincón poco visitado (a diferencia de la torre), desde allí tuvimos la oportunidad de apreciar la ciudad desde lo alto.

Antes de salir, pasamos frente al Rosetón de la Basílica, una gran ventana circular adornada con vidrieras coloridas, desde ese mismo piso también observamos una parte del interior de la iglesia, el cual, si se quiere ingresar, tiene un costo de $2.00 adicionales por persona.

Al partir, fuimos caminando hacia el núcleo del Centro Histórico de Quito: la Plaza Grande, donde, aparte de ser el punto de encuentro de grupos de turistas, o el sitio para sentarse a descansar tranquilamente, existen varias iglesias y edificaciones importantes alrededor: como el Palacio de Carondelet o la Catedral Metropolitana, así como hoteles y restaurantes.

Decidimos primero dirigirnos hacia la iglesia de La Compañía, ubicada a pocos metros de la Plaza. El costo por ingresar es de $2.50 para nacionales y $5.00 para extranjeros. Una guía nos hizo el recorrido por el interior, contándonos la historia de este lugar con estilo barroco y mostrándonos los detalles más relevantes, como el juego de ilusión óptica que se percibe al ver la puerta de salida desde el altar.

Lamentablemente no está permitido tomar fotos dentro de la iglesia (pedimos permiso en las oficinas administrativas, pero no obtuvimos respuesta). Así que la mejor manera de conocer las pinturas antiguas y su arquitectura revestida con oro (construida en 1605, y finalizada después de 160 años), es entrando personalmente. A pesar de haber pasado por incendios y terremotos, la iglesia continúa sorprendiendo a los transeúntes, tanto por fuera como por dentro.

A pocos pasos de allí, se halla otra de las iglesias más representativas de Quito: la Iglesia de San Francisco. Lo primero en impresionarnos es la enorme plaza (llamada también San Francisco) que la acompaña, donde la escena cobra más vida cuando las innumerables palomas emprenden su vuelo. Entramos a la iglesia de forma gratuita (sólo el museo tiene costo y es de $3.00), y su interior nos sorprende enormemente.

En realidad se trata de un convento, el cual alberga la iglesia y el monasterio más antiguo de la ciudad. Fue levantado en 1534 y culminado 70 años después. Según se lee en la placa antes de pasar la puerta, es el complejo arquitectónico de mayor tamaño que existe en los centros históricos de América; quizás, dicha razón haya contribuido a que, en 1978, Quito fuese elegida como la primera ciudad en el mundo en ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

Se respira mucha cultura al andar por las calles del Centro Histórico, incluso al entrar en un pequeño centro comercial –frente a la Plaza Grande– para buscar un sitio donde almorzar. Nos sentamos en las mesas del patio del C.C. Palacio Arzobispal, el cual posee algunas tiendas de souvenirs y restaurantes. Pedimos un almuerzo –por $5.00– del local Querubín.

Y cuando pensábamos que habíamos terminado el recorrido, nos percatamos de que todavía no conocíamos el interior de la Catedral. Cruzamos la plaza y, luego de pagar los $4.00 de acceso, fuimos acompañados de una guía que, para nuestra sorpresa, no sólo nos contaría parte de la historia (iniciando desde su fundación en 1535), sino que nos llevaría hasta lo alto de sus cúpulas mayores.

Primero entramos por una diminuta puerta en el interior de la iglesia, después atravesamos un estrecho y oscuro pasillo, donde debíamos cuidar de que nuestras cabezas no golpearan con el techo, tropezamos varias veces, pero cuando llegamos a la parte superior, teníamos una vista impresionante del centro de Quito. También podíamos subirnos a las cúpulas con precaución.

Permanecimos ahí algunos minutos antes de bajar y recorrer los mausoleos de personajes importantes del Ecuador, así como apreciar obras de arte y demás elementos. Antes de que se terminara la tarde, pasamos por la famosa y pintoresca Calle La Ronda. Se asemeja a un gran callejón con bares, restaurantes y ciertos locales donde aún se fabrican juegos de madera tradicionales, también hay muestras artísticas y paredes coloridas. Entrada la noche, la calle cobra más vida y se llena de gente, incluso se puede encontrar música en vivo.

Día dos

Al segundo día, luego de desayunar en nuestro hospedaje –La Rosario Hostal– nos dirigimos a uno de los sitios más visitados del país, ubicado, aproximadamente, a una hora del centro de Quito. El sector se llama San Antonio y alberga el complejo Ciudad Mitad del Mundo, donde se encuentra el monumento (construido en 1979) en homenaje a la Misión Geodésica Francesa, llevada a cabo en el siglo XVIII, cuyo propósito era comprobar la forma de la Tierra, mas no medir la mitad del mundo.

Para ingresar se debe pagar $5.00 (el parqueadero cuesta $3.00), con esto tenemos acceso a todos los atractivos dentro del complejo, como el área de las viviendas ancestrales, plaza del cacao, estación del tren, planetario y museos; visitamos primero el de los helados de paila, luego seguimos con el resto, hasta llegar al enorme monumento.

Lo fotografiamos desde diferentes ángulos, incluso hay un fotógrafo profesional que cobra por sacarte una excelente foto. El siguiente paso fue entrar y subir los nueve pisos por ascensor, para apreciar la vista –empujados por el viento– desde lo alto, casi a la altura de la esfera, para después ir bajando poco a poco, ya que cada piso es un museo.


El primero es en honor a las misiones geodésicas y cuenta la historia de la construcción del monumento, los demás muestran la geografía y distintas culturas del Ecuador, y los últimos pisos (si los enumeramos de forma ascendente, serían en realidad los primeros) son salas para realizar experimentos científicos.

Los horarios de la Ciudad Mitad del Mundo son de 09:00 Am a 06:00 Pm, aunque los museos cierran alrededor de las 05:30 Pm.También hay restaurantes y cafeterías, nos detuvimos a comer un plato de fritada (fue suficiente para los dos) en el local Meridian.

El otro sitio se llama Cerro Catequilla, el camino que conduce hasta su parte alta es angosto y en un pequeño tramo se torna resbaladizo, razón por la cual tuvimos que subir caminando los últimos metros, hasta que llegamos a colocarnos de pie bajo el alto monumento alzado hace pocos años. En el centro de la superficie del cerro se halla otro pequeño monumento –contemporáneo–, en donde al abrir el GPS del celular, nos damos cuenta que realmente atraviesa la línea ecuatorial; nos marca la latitud 0º 0′ 0″.

La superficie no es tan grande, pero para los antiguos pobladores este era un punto estratégico para medir los movimientos del sol (lo que se conoce como solsticios y equinoccios), ya que desde aquí tenían una vista de 360 grados de todas las montañas.

Antes en el sitio sólo habían unas piedras milenarias que formaban una especie de letra C, conocido como el verdadero monumento a la mitad del mundo construido hace casi mil años, pero lamentablemente –según nos comentaron–, al levantar los monumentos actuales, destruyeron gran parte de los vestigios arqueológicos que existían allí.


Al descender nuevamente hasta San Antonio, nos quedamos en el Museo de Sitio Intiñan (junto a la Ciudad Mitad del Mundo), donde una guía nos hace un recorrido por el interior, mostrándonos cómo vivían las culturas antiguas del país, nos enseñó las cabezas reducidas –reales– que hacen la comunidad Shuar, así como ejemplos y experimentos, donde participamos, para notar el efecto de la línea equinoccial y los movimientos del sol. El ingreso cuesta $4.00 y su horario es de 09:30 Am a 05:00 Pm.

Otro sitio que visitamos en los alrededores del sector San Antonio, fue la Reserva Geobotánica Pululahua ubicado a 10 minutos en vehículo. El acceso es gratuito, sólo se debe registrar en las oficinas de información. Hay un mirador desde donde se aprecia el paisaje y el cráter del volcán (con 350 m de profundidad), en donde, sorprendentemente, se levantan casas y calles, pertenecientes a la comunidad San Isidro de Pululahua.

Se puede llegar hasta la parte de abajo –visitar la comunidad– por el Sendero Ventanillas, el recorrido toma menos de dos horas. Aunque optamos por fotografiar las montañas antes de que se escondieran detrás de las nubes. Cerca de ahí, a escasos metros, se encuentra otro museo que merece la pena ser visitado.


Es posible llegar con sólo dar pocos pasos, se trata del Museo Templo del Sol, construido en 1999 por el pintor Ortega Maila, considerado el más rápido del mundo –posee un récord Guinness–, quien se encuentra únicamente los sábados y domingos. Pagamos $3.00 para entrar, el sitio está lleno de historia, arte y cultura.

Empezamos el recorrido viendo las esculturas de piedra que se levantan en los exteriores, luego nos dirigimos hacia la parte interior junto a la guía, quien nos mostró el centro del templo, el cual posee un agujero en el techo por donde entra la luz del sol. Al mediodía durante los equinoccios (21 de marzo y 23 de septiembre) no se proyecta sombra alguna durante un lapso corto de tiempo.

También nos habló sobre la importancia de las piedras en el cuerpo, como la jade que extraen del volcán Pululahua. Nos colocó un collar y una pulsera con dicho material, hizo que levantáramos el brazo para que, con fuerza, ella intentara bajarlo, tuvo éxito cuando dejábamos la piedra a un lado.

También nos dio a oler distintos líquidos con aromas que preparan de forma artesanal, cerramos los ojos y nos relajaba con sonidos que provocaba con instrumentos tradicionales. Recorrimos los demás pisos donde habían cuadros y esculturas de Ortega. Al final nos despedimos con un té de coca.

Día tres

En otra ocasión, nuevamente en medio de Quito, nos dirigimos hacia lo alto del sector Bellavista para visitar la Fundación Guayasamín, donde pagando $8.00, ingresamos a su casa museo. Aquí vivió el artista los últimos 20 años de su vida. Un guía nos lleva a recorrer el interior de su casa, cada pasillo y habitación es un espacio para la inspiración, también nos llevaron a su antiguo estudio.

Antes de caminar hasta la Capilla del Hombre (donde descansan más obras de Oswaldo Guayasamín), pasamos por el Árbol de la Vida, se trata de un enorme pino donde descansan las cenizas del artista, junto con las de su amigo, el escritor Jorge Enrique Adoum.

Las exhibiciones que se encuentran dentro de la capilla, son de gran tamaño. Este espacio fue dedicado para el hombre –es decir, la humanidad en sí–, algunas de las obras fueron pintadas en homenaje a pueblos y grandes personajes de la historia.

Antes de abandonar el lugar, vamos hacia un rincón poco visitado, considerado un hallazgo prehistórico (en el cartel de información se lo llama Museo de Sitio) ocurrido en 1999, se trata de restos humanos con casi mil años de antigüedad. Vimos tumbas y artefactos que utilizaban en la época. El lugar permanece abierto de 10:00 Am a 05:00 Pm.

Luego de apreciar tanto arte e historia, nos percatamos de que habíamos olvidado la hora de almuerzo, así que aprovechamos para ir al punto donde se conoce mejor la esencia de una ciudad: el mercado. Entramos al Mercado Central y comimos un locro de papa ($2.00), rodeados de cientos de frutas y verduras, habían varios puestos ofreciendo distinta variedad de platos, como la corvina, el que muchos recomendaban probar, asegurando que su preparación era tan peculiar, que incluso gente de la Costa venían a comerlo.

Día cuatro

Si creían que en Quito sólo había iglesias antiguas, sitios históricos, museos y una línea que divide ambos hemisferios, sepan que también se puede encontrar aventura y naturaleza en medio de la ciudad. Así lo comprobamos al visitar el Teleférico, al cual llegamos temprano por la mañana, antes de que abrieran sus puertas a las 09:00 Am (De sábado a lunes abren a las 8:00 Am, pero acuden mayor cantidad de personas).

En pocos minutos, luego de pagar $4.99 –extranjeros pagan $8.50– subimos a la parte alta en una de las cabinas. A través de los vidrios podíamos ver cómo iba cambiando el paisaje y la vegetación, también sentíamos cómo el frío iba intensificándose, ya que nos acercábamos a los 4050 msnm.

En menos de 20 minutos ya nos encontrábamos arriba, preparándonos para ascender hacia el Ruco Pichincha, una caminata exigente, por lo que íbamos acompañados de dos guías (@maricrissz y @cheloutdoor) y con tres capas de abrigo, la última impermeable, ya que las condiciones climáticas a esa altura son impredecibles.

El sendero está marcado, pero si no son expertos, se recomienda subir con alguien que sí lo sea, así como empezar la caminata antes de las 11:00 Am, llevar suficiente agua y snacks, y cargar zapatos cómodos que sean también antideslizantes. Como veníamos de la Costa, decidimos dejar esta actividad para el final del viaje, así nuestro cuerpo tendría más días para adaptarse a la altura, y no nos agarrara dolores de cabeza o estómago durante este recorrido.

Subimos despacio, marcando nuestro propio ritmo, descansando en puntos destinados para sentarse, recargar fuerzas y comer algo ligero, como lo hicimos al pasar por la Pirámide Caída o la Cueva del Oso. Cuando nos adentrábamos en la zona más complicada del trayecto –El Arenal– empezó a caer granizo, el panorama se nubló por completo, impidiendo ver a más de cuatro o cinco metros de distancia.

Muchos turistas decidieron regresar en esta parte. Nosotros avanzamos, escondiendo las manos en los bolsillos porque habíamos olvidado guardar los guantes, hasta que observamos el letrero que confirmaba nuestro ascenso a la cima, habíamos alcanzado los 4696 msnm; logramos hacer cumbre en el Ruco Pichincha en, aproximadamente, tres horas y media.

Permanecimos cerca de 40 minutos en la cima, y aunque la neblina no nos dejó apreciar el paisaje, de todas maneras estábamos contentos por haber llegado, sin embargo, al descender tuvimos la recompensa de ver las montañas despejadas. Cayó una pequeña llovizna en varias ocasiones, tuvimos dificultad al cruzar ciertos tramos con piedras, pero nada que no se pudiera superar.

Tardamos otras tres horas y media en bajar hasta las cabinas del teleférico, donde también se halla una capilla, algunos miradores y unos columpios grandes que apuntan hacia la capital, ideales para aquellos que desean divertirse sin necesidad de subir la montaña. Acabamos agotados, pero contentos de haber visitado diversos rincones de Quito, es una ciudad que ofrece mucha cultura, historia y aprendizajes a tan sólo pocos kilómetros de casa.


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Experiencia relatada por:
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