La Entrada, la comuna más pintoresca de la Costa

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Datos importantes
Presupuesto:
medio - más de $100
Tiempo recomendado:
2 días

La Entrada, la comuna más pintoresca de la Costa

Tips útiles:

  • Llegar temprano, sobre todo si es fin de semana, para apreciar los murales con menor cantidad de personas.
  • Llevar protector solar y gafas.
  • Si compran o consumen en los establecimientos de la comuna, estarán apoyando a su gente.

Para conocer este pequeño rincón, sólo debemos seguir en línea recta por la Ruta Spondylus. Son casi tres horas –173 km– si tomamos como punto de partida la Primax que se halla a la altura de la Urbanización Puerto Azul en Guayaquil. La gasolinera es un punto estratégico para hacer una parada técnica en los baños y abastecerse de snacks o bebidas.

Era temprano cuando llegamos –casi las 09:00 Am–. Inmediatamente nos alejamos de la carretera para descender por una loma que nos condujo directo a la iglesia. Desde que dimos el primer paso, nos deslumbramos con los murales que iban apareciendo en las paredes. Algunos eran enormes y contenían detalles relevantes.


Queríamos tomarle fotos a todos, también retratarnos frente a ellos. Varios se encontraban pintados sobre las puertas de entrada a las viviendas. En cada callejón aparecía un mural. En cada pared se veía un arte diferente. No nos detuvimos a contarlos (sólo a contemplarlos), pero creemos que habían cerca de 75 murales en total, o incluso más.

Entre los que vimos, era difícil elegir uno como favorito. Mientras caminábamos por su pequeño malecón y su calle principal –que hoy en día es únicamente peatonal–, la gente nos saludaba desde sus ventanas (o al cruzar frente a nosotros), nos regalaban una sonrisa de bienvenida. Se alegraban de que tomemos fotos del lugar, así más personas irían a visitarlos; nos decían.

A pesar de ser uno de los sitios más afectados, turísticamente, debido a la pandemia, todas las personas con las que intercambiamos un saludo, se mostraban alegres y amables. Son pocos los habitantes que viven en esta comuna, pero sin duda, la vida frente al mar les vuelve el espíritu más optimista frente a cualquier circunstancia.


Seguimos andando hasta cruzar un pequeño puente peatonal, incluso allí, junto al agua de estero, habían utilizado las paredes como lienzo. Y del otro lado, aparte de encontrarnos con más murales, vimos el monumento de una ballena, y cerca de ella habían varias embarcaciones de pescadores descansando sobre la arena.

Desde ahí, a pocos metros de distancia, la orilla nos invitaba a meternos a nadar. El mar lucía magnífico, pero aún nos faltaba recorrer parte de La Entrada. Debíamos aprovechar el día antes de que el sol se intensificara.


Volvimos a la calle principal –la más pintoresca– para ver las casitas y murales que nos quedaron pendientes. Lo mejor de este punto es que los vehículos y motos no pueden transitar por aquí, por lo que uno puede andar despreocupado con la cabeza para arriba; y hasta boquiabierto.

Sobre la calle colgaban unas lámparas redondas a modo de decoración, no tuvimos la oportunidad de verlas encendidas durante la noche, pero estamos seguros que debe ser un espectáculo. Llevábamos la cámara encima, en el ambiente se respiraba paz y tranquilidad, en todo momento nos sentimos seguros.


Al finalizar el recorrido nos volvimos a topar con la iglesia, queríamos entrar para conocerla y refugiarnos del sol (recomendamos ir bien temprano para evitar los rayos fuertes). Notamos que la puerta se encontraba cerrada, pero las personas que estaban cerca de allí nos dijeron que podíamos mover la piola –su función era la de una cerradura– y entrar.

Al empujar la puerta, el asombro fue inmediato. Frente a las bancas, tras el altar, había un enorme vidrio con vista al mar. Esta característica ha provocado que mucha gente venga, desde muy lejos, a casarse aquí. Este mirador, bajo el techo de la iglesia, es uno de los mayores atractivos de La Entrada; sean fieles o no, vale mucho la pena conocer el templo por dentro.


Cuando salimos, notamos que se acercaba la hora del almuerzo, vimos a un chico que ya había colocado las mesas y estaba preparando los mariscos. Pero decidimos probar el ceviche mixto (pulpo, camarón, pescado, concha) del restaurante Iris Del Mar, venía con una fundita de chifles: costaba $7.00.

La señora Nistida y el señor Luis Matías –su esposo– eran los dueños. Agradables personas, nos atendieron de primera y nos hicieron sentir cómodos. Conversamos largo rato, nos contaron que el turismo había bajado pero ellos seguían adelante. El ingreso se hallaba sobre la calle –peatonal– principal, pero el restaurante (que también era su casa) llegaba hasta el otro lado –en el malecón–, por lo que nos improvisaron una mesa con vista a la playa.


Allí mismo, en el piso de arriba, también alquilaban habitaciones. Era un cuarto sencillo, pequeño con baño compartido: cobraban $10.00 por persona la noche. Nos presentaron a su hijo, Milton, quien nos enseñó las ostras que había traído. Todas las noches salía al mar en busca de ellas. Se las veía exquisitas, pero el ceviche nos había dejado más que satisfechos.

Antes de despedirnos, nos contaron que es posible subir a pie (sin mayores complicaciones) hasta la antena que aparece en el pequeño cerro que se levanta a un costado. Desde allí se puede obtener una gran vista de la playa y de la comuna. La única condición es ir temprano por la mañana, o al culminar el día para que no nos calcine el sol.

Otro de los atractivos de La Entrada, son los famosos Dulces de Benito. Aquí fue donde se abrió el primer local hace ya bastantes años. Los sabores continúan siendo placenteros para el paladar. Aunque recién acabábamos de comer, no tuvimos inconveniente en encontrar un espacio para el postre. Nos pedimos un Tiramisú y un Milo con Brownie.

A pocos pasos, a un costado de la carretera, estaba la tienda de Chico Suave (así lo describe su letrero). Su propietario era un señor con espíritu de surfista joven. Nos acercamos para comprarle dos cocos. Al vernos, dijo que el coco costaba $1.50 para hombres y $1.25 para mujeres. En ese momento tenía una promoción, por lo que nos regaló dos guineos.

También nos obsequió una toronja con la única condición de que nos tomemos una foto junto a su letrero y se la mandemos por WhatsApp. Dijo que, en cualquier momento que estemos cerca, lo podemos llamar para decirle que nos tenga listo un coco bien fresco. Ustedes también pueden llamarlo al 0985183628 y pedirle lo mismo, o pasar a saludarlo y decirle que vieron la foto que nos tomamos junto a su cartel.

Aunque existen algunos hospedajes alrededor de La Entrada, sobre la Ruta Del Spondylus, esta vez optamos por pasar la noche en Olón. Como mencionamos anteriormente, se encuentra a 15 minutos hacia el sur. Pueden movilizarse en su vehículo, bus o taxi, la carrera cuesta $4.00.

Si ya desayuné y almorcé en La Entrada, ¿Dónde ceno?

Permanecimos varias horas en la comuna, caminando y fotografiando sus murales, por lo que terminamos cansados, el sol también agota, nos metimos al mar en Olón (no pudimos hacerlo en La Entrada porque cargábamos la cámara y las mochilas), del lado donde desemboca el río, aunque estaba vacío debido a la sequía. Nos topamos con dos embarcaciones abandonadas y piedras esparcidas alrededor.

Cerca de la orilla, la arena estaba lisa y no había gente alrededor. Pudimos disfrutar de la playa para nosotros solos hasta la hora del atardecer. Al caer la noche, sólo nos quedaba energía para cenar, así que nos cambiamos y fuimos al restaurante Momo.

Decidimos darnos un buen gusto. Su menú arrancaba desde los $10.00 por plato, pero por el sabor, era comida fusión, merecían la pena ser probados. De entrada nos sirvieron momos (similares a unas empanaditas) de vegetales al vapor. Luego pedimos una hamburguesa de cordero y un estofado de cordero y cabra con arroz piaf; excelente para culminar un día tan agitado, pero sobre todo, de mucho disfrute.



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Presupuesto:
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