Descubriendo el lado cultural y natural de Cuenca.

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Presupuesto:
Más de $100
Tiempo recomendado:
4 días

Descubriendo el lado cultural y natural de Cuenca.

El hecho de comenzar este viaje nos emocionaba porque iríamos a una ciudad reconocida por su gran arquitectura y sus propuestas culturales (razón por la cual la nombraron Patrimonio Cultural de la Humanidad en diciembre de 1999). Pero antes de llegar a Cuenca y deslumbrarnos con los recorridos dentro de sus antiguas iglesias, y admirar las construcciones coloniales en el Centro Histórico, debíamos hacer una parada.

A casi 160 km –y 2 horas con 45 minutos– de Guayaquil, tomando como referencia la gasolinera Primax de Samborondón, se encuentra el acceso al Parque Nacional Cajas: una parada (considerada casi como obligatoria) en medio de la naturaleza. La entrada es gratuita, únicamente debes registrarte en la caseta de guardaparques, la cual permanece abierta de 08:30 Am a 04:30 Pm. El área cuenta con estacionamiento y tiene ocho rutas diferentes para hacer senderismo.

En esta ocasión, nos tocó un día nublado acompañado de una ligera garúa… Eso no fue impedimento para tomar la ruta uno, que consistía en una caminata alrededor de la Laguna Toreadora (de las más grandes del parque). Como acabábamos de venir de la Costa, debíamos dar cada paso de forma pausada, ya que nos encontrábamos a más de 3,800 msnm, la altura nos chocaba con mayor acierto.

A pesar de que este recorrido era de los más comunes, no nos topamos con ningún otro turista. Frente a nosotros sólo veíamos montañas, la laguna, aves y árboles de polylepis. El camino era moderado, poco exigente, aunque debido a la lluvia estaba lodoso y resbaladizo. El mal tiempo provocó que permanezcamos empapados de la cintura para abajo (gracias a la vegetación), incluyendo los zapatos.

Los abrigos para la lluvia nos protegieron durante las dos horas y media que duró la caminata (con paradas a comer el refrigerio y sacar fotos). Por momentos la nubes desaparecían y veíamos la gran dimensión de la laguna y del parque. El clima es indescifrable en el Cajas, pero de cualquier modo se puede disfrutar del lugar. Existen pequeños miradores en caso de que cuentes con poco tiempo y no alcances a tomar uno de los recorridos. También está permitido acampar.

Luego de viajar 45 minutos más, llegamos por fin a la “Atenas del Ecuador”. Lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia el Centro Histórico para buscar nuestro hospedaje. Entre las diversas opciones que habían (con distintos rangos de precios), elegimos pasar la primera noche en el Hostal La Cigale, con baño privado y desayuno incluido por $27.00 la habitación.

Nuestros pies pedían descanso después de haber caminado casi 3 km en terreno lodoso, por lo que, entrada la noche, sólo salimos a buscar un restaurante en las calles aledañas. Nuestro hospedaje contaba con un bar / restaurante, pero deseábamos salir a recorrer la ciudad, aunque sea un poco. Entramos al Taj Mahal por las recomendaciones leídas, y al regresar al hostal, nos pedimos un té y un chocolate caliente mientras, desde una pequeña mesa, escuchábamos la música en vivo.

A la mañana siguiente cambiamos de hospedaje para probar distintas opciones. El ruido del bar / restaurante no fue ninguna molestia, pero en la madrugada –debido a la intensa lluvia– apareció una pequeña gotera sobre la cama. Nos mudamos al Hostal Yakumama, habitación privada con baño compartido y cocina por $22.00 (nos hicieron un descuento por quedarnos dos noches).

Dejamos las mochilas y nos dirigimos hacia el núcleo del Centro Histórico para visitar la Catedral Vieja, conocida también como Iglesia de El Sagrario. Su cara más impactante se encontraba dentro, con pinturas y una arquitectura que contenía desde adobe hasta piedra Inca. Su riqueza de obras artísticas le otorgaron la denominación de Museo de Arte Religioso.

El ingreso cuesta $2.00, y si deseas la opción del audioguía, son $2.00 más. A nosotros nos acompañó una estudiante que cumplía el papel de guía. Nos llevó a conocer la mayor parte de los rincones del interior de la catedral, incluyendo el ascenso por las escaleras de caracol hasta donde descansaba el enorme órgano –está prohibido hacerlo sin personal autorizado–, el cual funcionó hasta 1921; para hacerlo sonar se requería la ayuda de 5 personas. Según nos comentó, esperan ponerlo nuevamente en funcionamiento.

Mientras caminábamos, la chica nos iba contando la historia –y algunas curiosidades– de ciertos cuadros, de las 4 capillas (construidas a partir de 1573, pertenecientes a 4 familias pudientes de la época), del proceso de construcción y restauración de la iglesia (fundada en abril de 1557) y del peculiar mural pintado en las altas paredes que rodean el altar; donde en la representación de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo se encuentra escondido (sí logramos hallarlo).

Partimos quedándonos con las ganas de bajar a una de las dos criptas que existen dentro. Necesitábamos de la ayuda del guardia de seguridad para abrir la puerta, pero este no se encontraba en ese instante. Es permitido hacerlo únicamente acompañado de un guía. En la otra cripta está restringido el acceso por temas de salud –no existe ventilación–.

Antes de salir le dejamos una propina a la chica (la labor que realizan es un trabajo de pasantías). Luego cruzamos el Parque Calderón –el principal del centro de Cuenca– para entrar a la Catedral Nueva, llamada Catedral Metropolitana de la Inmaculada Concepción, fue construida a partir de 1885.

Su arquitectura y tamaño (de las más grandes de Latinoamérica) impresiona desde cualquier ángulo que se la vea. No tiene ningún costo ingresar, sin embargo, para subir hasta su terraza por unas interminables y angostas escaleras en forma de caracol, cuesta $2.00 por persona.

La terraza (llamada Santa Ana) era pequeña pero contaba con unas gradas desde donde, por un lado, se apreciaba –en un buen día despejado como el que nos tocó– todo el centro de la ciudad y, por el otro, las grandes cúpulas. No existe un tiempo de permanencia, pero pasamos varios minutos allá arriba, haciendo tomas de la vista panorámica que teníamos.

Recorrer el interior de la Catedral también tenía su encanto, llevábamos la cabeza hacia atrás y caminábamos con la mirada hacia arriba, enganchados al diseño del techo. Al salir por una de las puertas principales, giramos hacia la izquierda y, casi sin percatarnos, entramos a una antigua calle (o más bien callejón) llamada Santa Ana.

Dicha calle fue remodelada y rehabilitada para el tránsito de los turistas y locales. El estar en medio de una pared de la Catedral y otra decorada con maceteros colgantes, le otorgaba una figura fotogénica, ideal para llevarse un recuerdo de Cuenca.

Junto a este corredor se ubicaba el Seminario San Luis, un espacio atractivo donde la variedad de restaurantes y cafeterías invitaban a hacer una pausa para sentarse a recargar fuerzas y relajarse, mientras apreciábamos una perspectiva diferente de las cúpulas de la Catedral. Aquí comimos en el local Las Cruces, pagamos $3.50 por un almuerzo completo.

Sintiéndonos con más energía, emprendimos la caminata hasta el Museo de las Madres Conceptas –ubicado a pocas cuadras de donde estábamos–, fue el primer monasterio fundado en Cuenca, en el año 1599. Pagamos $3.50 cada uno para entrar, eso incluía el recorrido acompañado por un guía.

La edificación era enorme, aunque sólo una parte estaba abierta al público. El resto del área era exclusiva para las madres –monjas– que se hallaban en aislamiento voluntario. La guía nos contó que antiguamente traían a niñas desde los 6 años a quedarse aquí dentro, vimos una sala donde exhibían sus juguetes antiguos.

También visitamos otras salas donde nos explicaban cómo ellas preparaban dulces, comida y tejían ropa con el fin de obtener dinero y poder sustentarse. Era fácil percatarse de que la edificación aún conservaba gran parte de su construcción original, la cual fue considerada como la mejor de la ciudad de aquella época, perteneciente a la señora Leonor Ordóñez, quien la donó para formar el convento con la única condición de que sus tres hijas fueran aceptadas en el Monasterio.

Luego de fotografiar los pasillos y el jardín del museo, partimos antes de que la lluvia nos impida llegar secos a nuestro hospedaje. Ya por la noche salimos en busca de comida, y encontramos una de las pizzerías más famosas –y deliciosas– de la ciudad llamada La Fornace. Por $16.00 cenamos dos pizzas medianas que casi no terminamos (todos los días tienen 2x1).


Al tercer día fuimos rumbo al Mirador El Turi. Si Cuenca se halla alrededor de los 2.560 msnm, acá estábamos unos metros más alto luego de subir por la loma. Desde el mirador se apreciaba toda la ciudad a lo lejos, habían binoculares que, si se les depositaba una moneda, ayudaban a centrar mejor la mirada.

Nos acompañaba un día despejado y, aunque nos encontrábamos en la Sierra ecuatoriana, el sol golpeaba fuerte entre las 10:00 Am y 03:00 Pm, provocando que nos quedáramos en camiseta y gorra. Durante la noche también es recomendable subir hasta acá para ver la ciudad iluminada, pero preferimos venir temprano porque deseábamos ir a Aventuri, un sitio destinado a los deportes de aventura ubicado a pocos pasos del mirador.


Aparte del famoso columpio que te lanza al vacío, tiene un circuito de canopy, puente colgante y la Crazy Ball, una esfera donde caben tres personas y las arrojan al aire mientras dan vuelta en su propio eje; similar al columpio. Subirse a cada juego costaba entre $3.00 a $5.00. Al pagar la entrada del lugar –$1,00–, nos permitían atravesar un corto puente colgante y tirarnos de una larga resbaladera de cemento.

A pesar de que recién habíamos desayunado, Sólo uno de los dos –Andrea– se atrevió a treparse en la Crazy Ball, fueron varios segundos de intensos gritos mientras creía que, en cualquier momento, caería por encima de la ciudad. Recomendable subir sin celular, gorra ni nada en los bolsillos.

Regresamos al centro para conocer el Museo Pumapungo, cuya entrada era gratuita y su edificio, con exposiciones temporales y permanentes, contaba con varios pisos para visitar. En el interior del museo está prohibido tomar fotos a las exhibiciones sobre las distintas culturas ecuatorianas y –quizás lo más destacado– sobre la historia y los descubrimientos de las Ruinas de Pumapungo (como artefactos y cerámicas halladas en la zona).

Pudimos ver las ruinas de cerca (y fotografiarlas) al salir por el patio trasero del museo. Era un sitio prehispánico cuyos estudios se empezaron a realizar alrededor de 1920. Frente a nosotros aparecieron pequeños muros de piedra que en otros tiempos sirvieron para almacenar alimentos o para dar posada a personas de alto rango. Otros espacios cumplían un papel más importante como templos destinados al sol.

Se asume que en este lugar (perteneciente al imperio inca) se realizaban actividades del ámbito religioso, astronómico, militar y político. Actualmente la extensión del sitio arqueológico es amplia, tanto así que cuenta con un área de árboles y una especie de jardín botánico, ideal para caminar sin ninguna prisa.

Luego de pasar unas horas en el museo, subimos por la popular y extensa Calle Larga con destino al Centro Histórico. En el camino pasamos por las Ruinas de Todos Santos, las cuales observamos –una pequeña parte– desde afuera, no alcanzamos a entrar porque nuestros estómagos pedían con urgencia deternos en un restaurante.

Más adelante, desviándonos un poco hacia el río Tomebamba, paramos en el afamado Puente Roto, icono de Cuenca. Lo vimos desde abajo y también caminamos por encima de él. Continuando por la Calle Larga, pasamos frente a la Iglesia de Todos Santos (donde nos sugirieron hacer un pequeño recorrido por el interior) y frente al Museo de las Culturas Aborígenes. Por cuestiones de tiempo –y de apetito– no logramos entrar en ninguno de los dos.

Después de almorzar en uno de los restaurantes del centro (sus precios bordean los $2,75), nos encaminamos hacia el Museo del Sombrero de Paja Toquilla. Es una tienda-museo donde se levantan varios estantes con sombreros de diferentes modelos, tamaños y precios (tanto de hombres como para mujeres).

El Clásico (utilizado en la construcción del Canal de Panamá) es el que la mayoría de turistas se colocan en la cabeza. Los básicos pueden costar entre $18.00 a $38.00, tardando entre 1 a 3 días en crear uno. Sin embargo, existe una habitación especial donde guardan los sombreros finos, los cuales pueden llegar a valer $900.00 debido al trabajo –y calidad– que toma hacerlos; pueden tardar hasta 5 meses.

Allí mismo nos enseñaron y explicaron cómo es el proceso de elaboración de los sombreros. Las máquinas, donde le dan la forma al sombrero con los distintos moldes que tienen, están a la vista de todos los visitantes. Subiendo por unas escaleras llegamos a la cafetería del museo, donde también pudimos apreciar una gran vista de la ciudad.

Es evidente que las cafeterías abundan en el centro de Cuenca, una que nos agradó por su propuesta de lectura, fue Palier Café Libro, donde el té y los waffles nos acompañaron mientras leímos los libros que tomamos prestado, nos hubiese encantado permanecer más tiempo ahí, pero salimos a conocer la Plaza de San Francisco antes de que terminara el día.

Desde allí tomamos las últimas fotos de la Catedral, el ángulo fue perfecto para llevarnos un gran recuerdo de Cuenca (junto con las letras grandes de la ciudad), ya que a la mañana siguiente partiríamos desde temprano, así nos encontraríamos con menos neblina en la carretera hasta Guayaquil.

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