En la mayoría de viajeros es común, a la hora de planear una visita a cualquier cementerio, pensar que únicamente nos sorprenderemos con los acabados y estilos arquitectónicos que poseen las bóvedas, columnas o mausoleos de mármol. Sin embargo, en la ciudad de Tulcán (al norte de Ecuador) existe uno donde su originalidad y admiración radican en las esculturas podadas dentro de sus jardines.

​Se lo conoce con el nombre de Cementerio Municipal José María Azael Franco Guerrero y su principal atractivo, que atrae a cientos de turistas, es la manera artística en que podan los árboles que allí habitan, los cuales ocupan más de la mitad del área.

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Se pueden apreciar figuras representativas acerca de la flora y fauna del país –entre ellos destacan el Homenaje al Solitario George–, así como de su historia y sitios emblemáticos –como el Sol de Oro de la Cultura Tolita y el monumento de la Mitad del Mundo–. Los árboles también muestran imágenes de distintas culturas del mundo como la Inca, Romana y Egipcia.

​Uno puede caminar y no parar de asombrarse por la perfección con que los jardineros –o más bien, artistas– han plasmado hasta en el mínimo detalle para lograr auténticas esculturas arbóreas que pueden contemplarse en dos sectores (los cuales se asimilan a un gran laberinto).

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El autor y pionero de tal majestuosas obras en árboles de ciprés fue el ecuatoriano José María Azael. Su hijo continuó con el legado y luego de su fallecimiento, quedó en manos de un equipo de podadores la labor y conservación de este arte en los jardines del cementerio. Pudimos ser testigos de que lo han mantenido a la perfección hasta el día de hoy.

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Al percatarnos de que nos encontrábamos muy cerca del límite fronterizo, no pudimos quedarnos con las ansias de cruzar hacia nuestro vecino país, ¿el motivo principal? Conocer la segunda maravilla arquitectónica de Colombia, declarada también monumento y patrimonio cultural. Nos referimos al Santuario de Nuestra Señora de Las Lajas (concedida como Basílica Menor por el Papa Pio XII en 1954).

Se ubica a escasos minutos de la ciudad de Ipiales y a 10 km del Puente Internacional Rumichaca que divide a los dos países. Una visita imperdible si llegamos hasta el punto más norte del Ecuador.

Para acercarse hasta la puerta principal de la iglesia, se debe atravesar a pie un camino empedrado –1 km desde el parqueadero– rodeado de tiendas artesanales. Al avanzar se perciben cientos de placas en las paredes con agradecimientos por los milagros y favores concebidos a los creyentes. Incluso, a falta de espacio, algunas fueron colocadas en las rocas.

La primera capilla fue erigida en 1769, siete años después culminaría el segundo templo y en 1859 se construiría un tercero. La edificación que vemos actualmente se inició en 1916 y quedó terminada 33 años después con un estilo neogótico, hecha con piedras blancas y grises que desafiaron los riesgos de la zona al encontrase en un acantilado sobre un río.

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Pasando el puente, el cual posee dos arcos por debajo y está decorado con esculturas religiosas, llegamos al otro lado del cañón, donde, luego de subir unas pequeñas escaleras que nos quitaron el aliento, y ver una cascada a la distancia, conseguimos una mejor perspectiva para apreciar la arquitectura de la iglesia y quedarnos con un paisaje memorable.

Después de alcanzar tanta altura, descendimos hasta la parte inferior de la iglesia para verla desde otro plano. A esta distancia el río se escucha con más fuerza y le da un sonido enriquecedor al ambiente, desde aquí es posible bajar un poco más y caminar junto a él sobre un sendero de tierra.

Aparte de haber una cripta, un museo, miradores, zonas de descanso, restaurantes, hoteles y un teleférico, lo mejor del Santuario es admirarlo cuando cae la noche, sus paredes cobran vida al iluminarse de diferentes colores, volviéndolo aun más impresionante. Y si en ese momento les acompaña la luna desde el cielo, se llevarán un grato recuerdo de este paseo que lo tenemos al otro lado del puente.