Caminata al Campamento Italiano en El Altar

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Presupuesto:
Medio - más de $100
Tiempo recomendado:
3 días

Caminata al Campamento Italiano en El Altar

El paisaje que se nos presentó al finalizar el ascenso, superó nuestras expectativas. Pero debemos comenzar a contarles esta aventura desde el principio, desde el punto de partida que se dio un fin de semana en Riobamba.

Si viajan desde otra ciudad, como Guayaquil que pueden tardarse cerca de cuatro horas, tomando como referencia la gasolinera Primax de Samborondón, les aconsejamos llegar un día antes, ya que la salida es desde muy temprano. Aunque por distintos motivos, aquella mañana estábamos en dirección hacia nuestro destino recién a las 09:45 Am.

Primero tomamos la vía hacia Penipe, al cabo de media hora doblamos en el desvío a Cubijíes hasta llegar a Quimiag, donde, junto al parque principal, unos letreros nos indicaban el camino hacia El Altar, aunque íbamos acompañados por dos guías y otro montañista que se conocían la ruta a la perfección.

20 km (aproximadamente una hora) nos separaban de La Bocatoma, el sitio donde parquearíamos el carro y empezaríamos el ascenso a pie. Recomendamos ir en un vehículo 4x4 porque la mayor parte del camino era de tierra, lodoso y con algunos baches, incluso hubo partes donde nos cubrió la neblina.

Nos topamos con un grupo de ciclistas que subieron hasta cierto tramo, para luego descender por una senda alterna. A las 11:10 Am nos estacionamos en La Bocatoma, nos encontrábamos a 3.429 msnm. En ese momento no hacía tanto frío, nos alistamos, dejamos los zapatos y nos colocamos las botas de caucho que se requieren para este sendero.

Les aconsejamos comprar las botas que no poseen la tela adherida, ya que se secan más rápido y no se sienten heladas. Luego de pagar los dos dólares de entrada –por persona– y hacer una parada en el baño, empezamos el ascenso, no sin antes estirar el cuerpo y pedirle permiso a la montaña, como sugirió nuestro guía, Wili.



Al comienzo teníamos puesto, únicamente, un abrigo fino, hasta que cayó la lluvia y nos colocamos el abrigo impermeable (si pueden, lleven el tradicional traje de lluvia amarillo, su cuerpo se los agradecerá). Cada uno cargaba una mochila con lo esencial, como agua, bolsa de dormir, aislantes térmicos, otras prendas de ropa y snacks, aunque los guías tenían mayor peso a sus espaldas porque acarreaban la comida para cocinar, ollas y las carpas.

Desde el inicio, el lodo se presentó como parte del trayecto. Las botas se enterraban hasta más arriba del tobillo con cada paso, era necesario caminar por los costados del sendero (donde estaban las áreas más firmes), pisando las piedras o el monte. Los bastones de senderismo ayudaban a no perder el equilibrio y avanzar con mayor apoyo. Wili improvisó dos bastones al cortar, con su machete, unas ramas grandes.


Adicionalmente, Wili optó por ponerse mi mochila al hombro al notar que me zarandeaba de un lado al otro; tenía bastante peso encima –tres mochilas– y aún así, él andaba como si estuviese levitando. Mientras ascendíamos, observábamos las montañas alrededor, aunque el clima no nos favoreció al cien porciento.

La lluvia se intensificaba a medida que subíamos, haciendo que el lodo sea más complicado de cruzar. Al estar mojados, el frío también incrementaba. Luego de dos horas de ardua caminata –cerca de las 02:00 Pm–, decidimos hacer una parada en el primer bosque de polylepis (o bosque pasguazo chico). Era pequeño, pero contaba con árboles que nos protegían del aguacero mientras recobrábamos fuerzas.


Teníamos las mochilas y toda la ropa empapada. Sentíamos como si un balde de agua fría nos hubiese caído encima. Continuamos avanzando lentamente. Martín –uno de los guías– encabezaba la marcha. Tardamos una hora y media en llegar al segundo bosque de polylepis (llamado también bosque pasguazo grande).

El objetivo era acampar en la parte alta, dentro de una cueva, a pocos metros del Campamento Italiano, pero todavía faltaba mucho para llegar allá y las nubes grises continuaban quietas y recias sobre nuestras cabezas. Temblábamos hasta los huesos, por lo que decidimos armar la carpa en esta zona, bajo los árboles.


Nos resguardamos dentro y nos cambiamos de ropa, teníamos hasta los interiores mojados. Wili nos trajo dos overoles para protegernos del frío, los cuales también ayudaban a que nuestros pantalones no se ensuciasen demasiado. Cuando salimos de la carpa –sintiéndonos renovados–, el clima se había calmado y nos esperaba un almuerzo de burritos (guacamole, frijoles y carne enlatada) preparado por los guías; una recompensa luego de tanto caminar.

Los guías colocaron su carpa a pocos pasos de la nuestra, en una zona más amplia y sin árboles. Desde allí teníamos una vista impresionante a las montañas y, a lo lejos, se veía El Altar, aunque la mayor parte del tiempo pasó cubierto por las nubes. El resto del día lo pasamos ahí, quietos, sacando fotos y tomando té de horchata con galletas y sopa caliente con arroz (indispensable para combatir el frío a casi 3.800 msnm).


Wili y los demás trataron de pescar trucha en un pequeño riachuelo que pasaba cerca de donde nos encontrábamos, pero ni con la carnada viva –gusanos– tuvieron suerte. Permanecimos despiertos hasta antes de las 09:00 Pm, observando el cielo estrellado y la luna que iluminaba todo a nuestro alrededor. Vimos algunas luces que pasaban fugaces.

Las bolsas de dormir –diseñadas para soportar temperaturas de cero grados– se sentían heladas por dentro y no aplacaron el frío como esperábamos, aún así, nos acostamos temprano. A la mañana siguiente debíamos levantarnos a las 05:00 Am para continuar con el ascenso hacia el Campamento Italiano –ya sin tanto peso en la espalda.


Segundo día

La alarma del celular sonó a la hora indicada, pero la lluvia también había decidido madrugar. Nos volvimos a dormir, acomodándonos sobre los aislantes e improvisando unas almohadas con la ropa, hasta que dieron las 07:30 Am; en ese instante empezamos a ordenar las mochilas. Nos esperaban dos horas de subida hasta la nieve, y luego cinco de regreso hasta La Bocatoma dónde dejamos el carro.

Después de desayunar frutas, galletas, yogurt y unas hamburguesas deliciosas que sólo contenían carne y queso (dicen que en la montaña, todo sabe más rico), nos preparamos para completar lo que quedaba del trayecto. Esta vez caminaríamos más ligeros, ya que dejaríamos las carpas y el resto de objetos que trajimos en el área de camping. Uno de los guías se quedaría para limpiar y guardar todo carpas, ollas, etc.




Recién a las 10:20 Am partimos, todavía no se despejaba del todo, garuaba ligeramente, pero no podíamos esperar más tiempo. El lodo seguía formando parte del sendero, que esta vez lo sentíamos más dificultoso. En ciertos tramos parecía como si estuviésemos subiendo escalones de tierra y roca. Los caramelos nos ayudaban a superar el cansancio y el mal de altura.

Luego de tres horas de caminar entre el pajonal y lodazal, hicimos una parada en la planicie para descansar y comer frutas junto con barras de chocolate. Andrea no tenía mucho apetito, había desayunado muy poco y se sentía más agotada de lo usual. Aún faltaba un ascenso que se consideraba complicado.

Andrea, pensando en que después debíamos regresar todo el camino hasta donde estacionamos el vehículo, decidió volver, ella sola, hasta el sitio donde pasamos la noche, ahí se encontraba el otro guía (en el segundo bosque de polylepis). El camino estaba marcado con unos palos de madera, aunque en ciertas partes no eran completamente visibles. Ella estaba segura de que debía dar marcha atrás en ese instante.



Era la primera vez que nos separaríamos tanto tiempo durante un recorrido. A medida que ascendíamos, nos girábamos, levantábamos los brazos y los sacudíamos en el aire a modo de saludo, hasta que la veíamos tan pequeña que desaparecía a la distancia entre la naturaleza. Andrea se fue con un termo de agua y una barra de cereal.

En media hora –a las 02:00 Pm– llegamos a la cima de la montaña, conocida como Las Puertas de El Altar. Nos colocamos una capa más de abrigo, hacía bastante frío y el viento golpeaba con fuerza. La neblina se intensificó, frente a nosotros sólo veíamos una capa blanca. No sabíamos si continuar o dar media vuelta. Pero Wili sugirió avanzar un poco más.

Nos detuvimos junto a unas rocas, estuvimos a menos de 20 minutos de llegar al Campamento Italiano, el guía dijo: “esperemos aquí cinco minutos a ver si se despeja”. Y al cabo de unos eternos segundos, la neblina fue cediendo, dejando ante nosotros un paisaje colmado de lagunas de distintos tamaños.


Las nubes se apartaban, y al rato volvían a tapar todo el panorama. Esperábamos pacientes a que se despejara en su totalidad. Logramos ver la mayoría de las lagunas, como la Laguna Mandur, la Azul, Verde, Plateada, la Estrellada y la Laguna Condorazo; unas a poca distancia y otras se hallaban a lo lejos.

Incluso aparecieron algunas cascadas que venían del glaciar y chocaban con unas de las lagunas. También pudimos apreciar el valle a nuestras espaldas, por el que habíamos caminado en las últimas cuatro horas. Y para concluir con tan imponente espectáculo, una parte de la cumbre de El altar se despegó de las nubes por escasos segundos; no sabemos con exactitud si fue la cumbre del Obispo o Monja Grande.

Lo cierto es que disfrutamos inmensamente de este paisaje, ubicado a casi 4.100 msnm. Llevábamos hora y media allí arriba, sacándonos los guantes para tomar fotos (aunque se nos congelasen las manos), no queríamos despedirnos de la montaña, pero si no nos apresurábamos, nos agarraría la noche al regresar, así que empezamos a descender con rapidez a las 03:30 Pm.



Para ese momento mis piernas comenzaban a quejarse, era difícil ir al mismo ritmo de Wili y Kevin –el otro montañista–. La lluvia apareció y nos acompañó, durante dos horas, hasta llegar al segundo bosque de polylepis. Una vez allí, cansados, recogimos lo que quedaba del campamento (ahora cargaríamos más peso a nuestras espaldas) y nos propusimos bajar hasta La Bocatoma antes de que oscurezca.

A pesar de que había dejado de llover, el sendero quedó como arena movediza, tan enlodado que las botas de caucho se enterraban casi hasta la rodilla, en ocasiones se adherían al suelo y debíamos halar con fuerza para sacarlas. Nuestra ropa y las mochilas estaban cubiertas de lodo, pero en lo único que pensábamos era en llegar al vehículo y cambiarnos.

Las dos linternas de cabeza que guardamos, nos sirvieron para descender en la noche. El sol se ocultó y caminamos en la oscuridad la mitad del trayecto, escuchando los sonidos de los animales a la distancia. A las 07:40 Pm alcanzamos La Bocatoma, luego de dos horas de ardua caminata.

Andrea había llegado con el otro guía 40 minutos antes. Estaba preocupada porque no llegábamos –no había señal de celular–. En ese momento nos contó que, cuando descendió sola hasta el segundo bosque de polylepis, vio de cerca a un tapir gigante (o danta andina), no pudo fotografiarlo porque no cargaba la cámara ni el celular. Debido al frío, el carro tardó en encender, tuvimos que empujarlo entre todos hasta que arrancó. No había nadie en el sector. Fuimos con mucha precaución, ya que había poca iluminación –hasta la carretera principal– y el camino estaba lodoso. A las 09:30 Pm volvimos a nuestro hospedaje en Riobamba.

Aunque no llegamos específicamente hasta el Campamento Italiano, disfrutamos de la experiencia y de los paisajes que obtuvimos. A pesar de las exigencias que requiere este sendero, sentimos que merece la pena hacerlo. Incluso tenemos previsto repetirlo en otro momento; según nos dijeron, la mejor época es entre agosto y octubre, cuando disminuyen las lluvias. Un tour puede costar entre $90.00 a $115.00 por persona.








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