Ayampe y su encanto para desconectarnos de todo

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Medio - más $100
Tiempo recomendado:
3 días

Ayampe y su encanto para desconectarnos de todo

La comuna es pequeña, es la primera que aparece al entrar en la provincia de Manabí. Se ubica a casi 3 horas –188 km– de Guayaquil, tomando como punto de partida la Primax de Vía a La Costa. Se encuentra rodeada de montañas y, desde que llegamos (un miércoles por la tarde) nos sentimos bienvenidos. El lugar donde pasaremos la primera noche es el Hostal Los Orishas, ubicado a pocos pasos de la playa.

Nuestra habitación era una sencilla, con un mueble adicional y baño privado –pagamos $16.00 por persona–. Habían otras que tenían cocina, pero ya estaban ocupadas; esas valían hasta $20.00 por huésped. En el piso de arriba de nuestra habitación, había una terraza común con hamacas, sillas y una vista agradable hacia el mar, donde, al fondo, destacaba el ícono de Ayampe: El Islote Los Ahorcados.

Y ¿qué puedo hacer en Ayampe?

Apreciar la tranquilidad del pueblo y del mar. A las 05:00pm nos encaminamos hacia la playa. Al principio había sol, pero luego se ocultó. A pesar del viento y de la temperatura del agua –un poco helada para nosotros–, vimos varias personas metidas, la mayoría eran surfistas, este lugar también es un paraíso para los amantes de las olas.

La gente se reunía a conversar y esperar el atardecer. Por un lado estaban los pescadores, armando sus redes para la próxima salida, y por el otro, los extranjeros que se enamoraron del sitio y se establecieron aquí. Los niños corrían y jugaban con sus mascotas. A pesar de que el día estaba gris, el ambiente se sentía agradable. Cada tanto pasaban las aves frente al islote.



Nos fuimos a caminar por las callecitas de Ayampe, pasamos frente a algunos restaurantes con letreros en inglés. Ofrecían comida internacional (aquí llegan muchos turistas de distintas partes del mundo), era fácil encontrar opciones vegetarianas y veganas. Los precios, tanto de comida como de hospedajes, son un poco más elevados que el resto de playas cercanas, pero es un placer total pasear por aquí.

Íbamos sin rumbo: la comuna era pequeña, sabíamos que era imposible perderse. Pasamos frente al cementerio, vimos más hospedajes, muchos arbustos, hasta que dimos con un callejón de plantas con salida a la playa (hacia el extremo izquierdo), lo atravesamos y, debido a la hora, nos atacaron varios bichitos y mosquitos.


Justo estaba finalizando la tarde. Vimos la montaña del lado izquierdo iluminada por el sol durante cortos minutos; un regalo impresionante. No había gente más que una persona y otra que pasaba trotando sobre la arena. Las nubes permitieron que el sol se luciera antes de ocultarse. No nos importó mojarnos en la orilla para captar el momento; claro, el único temor era que le salpicara agua salada a la cámara.

Luego, caminando por la arena, regresamos hasta el hospedaje. Allí, en su restaurante, nos esperaba un delicioso almuerzo/cena. Pedimos dos pizzas, en nuestra opinión, eran las mejores de la zona: quizás se debía a que su dueño era italiano.


Al día siguiente también salimos a pasear recién por la tarde (la mañana la tomamos para descanso y desconexión). Con un abrigo encima, caminamos por la playa en dirección hacia el lado derecho, hasta llegar a un pequeño río. No fue necesario avanzar tanto para llegar.

Nos encontramos con dos personas que estaban pescando de forma artesanal. Tenían un perro que se metía corriendo a nadar, era el que más disfrutaba de la actividad. No les preguntamos cuántos peces habían cogido, pero vimos que varias aves (parecían pelícanos) paseaban por encima de ellos, así que, aunque el río no estaba crecido, sacamos la cámara porque el panorama nos encantó.

Más adelante, al continuar caminando por la arena, nos topamos con unos peculiares troncos que descansaban sobre la orilla, cuyas ramas le daban un aspecto un tanto inquietante al lugar. Al encontrarnos solos, nos dio un poco de miedo, pero este pasó a segundo plano cuando empezamos a tomar fotos. Es un buen punto para obtener un retrato distinto.


Si seguíamos avanzando, en media hora hubiésemos llegado hasta la playa de las Tunas, pero decidimos dar media vuelta y buscar un sitio dónde comer en el centro de Ayampe. Eran casi las 05:00 Pm y, a esa hora, se nos hizo imposible hallar un restaurante abierto –no habíamos almorzado–.

Recién a las 6:15 Pm, justo cuando estaba cayendo el sol, encontramos un balcón con vista al mar en el restaurante llamado The Fish House; tengan presente este dato, para que no se les pase la hora del almuerzo. Pedimos un wrap dorado y calamares al ajillo, resultaron exquisitos y pagamos $18.50 por todo.

Antes de volver al hostal, pasamos comprando lo que nunca puede faltar en un viaje: el postre. Entramos en The Barn Pastelería, nos atendieron a pesar de que estaban por cerrar, fuimos los últimos, pedimos para llevar. Todos los postres se veían deliciosos, fue difícil tomar una decisión tan rápida, nos fuimos por el galletón y una tartaleta de nueces con chocolate, caramelo y sal (también contaban con un menú de sal). Después de eso, dormimos plácidamente.


A la mañana siguiente (estuvimos dos noches en la comuna, su calma nos cautivó), alrededor de las 9:15 Am, tomamos un caminito rodeado de arbustos que conducía a la playa, salía desde nuestro nuevo hospedaje: Las Cabañas de la Iguana, pagamos $30.00 por la habitación con baño privado. El hostal contaba con cocina compartida.

Esta vez nos encaminamos, nuevamente, hacia el extremo izquierdo de la playa, la marea estaba baja y pudimos llegar sin problema hasta las rocas que cubrían la arena por completo. Las atravesamos, y al otro lado encontramos una especie de playa pequeña con piedras sobre la arena y pocitas entre las rocas –algunas estaban resbalosas, debíamos pisar con precaución–.

Estuvimos poco más de media hora, avanzamos hasta donde las rocas lo permitieron, más adelante el mar golpeaba con fuerza y había que tener mayor cuidado para no resbalar. Aunque el día estaba nublado y frío, le sacamos provecho con esta caminata reconfortante.

Antes de despedirnos de Ayampe, hicimos una última caminata. Esta vez se trataba de un sendero cortito que prometía una gran vista de la playa. Fuimos tarde –a las 02:00 Pm–, pero gracias a que estaba nublado, no tuvimos ningún inconveniente con el calor ni los rayos del sol. Lo único fuera de lo común fue toparnos con una culebra al inicio del ascenso, nada más.

Nos asustamos, seguramente ella también. Desapareció enseguida por el monte. A pesar de que el sendero era corto (el cerro no se veía tan alto desde abajo), lo sentimos más empinado y estrecho de lo que pensábamos. Tampoco cargábamos los zapatos adecuados. Aún así no demoramos en llegar. La vista panorámica desde lo alto era sorprendente; este plan es ideal para realizarlo por la mañana, o durante la tarde si les toca un día nublado como a nosotros.


Había un acantilado donde nos acercamos con mucho cuidado. Estábamos encima de las rocas por las que habíamos caminado esa misma mañana, sobre el extremo izquierdo de la playa. Avanzamos únicamente hasta este punto, el camino continuaba hasta una propiedad y terminaba en un hospedaje, que seguro disponía de una vista alucinante.

El descenso lo hicimos de manera rápida, la inclinación era más notoria (nos hizo falta llevar los zapatos para trekking). Fue ligeramente complicado: sólo debíamos pisar con precaución para no resbalar, o para no tropezar con una culebra (no se asusten, no volvimos a encontrarnos con ningún otro animal, más que un caballo).

De esta forma nos despedimos de Ayampe, con las intenciones de volver en más de una ocasión, ya que tenemos pendiente hacer un recorrido –más largo– llamado La Ruta del Colibrí, el cual dura alrededor de 4 horas, sólo ida, y es montaña adentro (se recomienda ir acompañado de alguien que conozca el sendero).

También nos faltó ir, pocos metros más adelante de Ayampe, hasta el famoso restaurante La Cabaña del Corviche, que como su nombre lo indica, preparan los corviches más exquisitos de la zona.


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