San Lorenzo y sus senderos que conectan con la naturaleza

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San Lorenzo y sus senderos que conectan con la naturaleza

En la provincia de Manabí, a casi media hora de la ciudad de Manta, se encuentra un pequeño y tranquilo pueblo llamado San Lorenzo, aparte de ser conocido por la anidación de tortugas marinas, posee otros atractivos turísticos que se relacionan con el senderismo.

Para llegar hasta San Lorenzo desde Guayaquil, muchas personas optan por tomar la ruta E482 que conduce hasta Jipijapa, para luego tomar el desvío hacia La Costa y continuar subiendo. Aunque nosotros preferimos hacer todo el trayecto por la Ruta Spondylus. Demora unos minutos más (alrededor de cuatro horas y media en total, tomando como punto de partida la Primax de Vía a La Costa), pero tenemos un paisaje donde aparece el mar todo el tiempo.

Al ser un sitio pequeño con una playa de 3 km de extensión, los hospedajes eran limitados y algunos costosos, pero ya habíamos escogido uno, y mientras nos dirigíamos hacia él, sentíamos cómo el sol golpeaba con fuerza sobre nuestras cabezas.

Nos acomodamos en una de las habitaciones del último piso del Lookout Beach Hotel, frente al mar. Pagamos $10.00 por cada uno en un cuarto pequeño con baño compartido, lo único incómodo era que no tenía agua caliente –en esta época, agosto, se siente bastante frío por las noches–. Habían habitaciones con baño privado y desayuno incluido por $45.00.

Cuando dejamos las maletas y salimos para realizar un sendero hacia uno de los puntos icónicos de San Lorenzo (cerca de las 05:00 Pm), el día se había puesto nublado, perfecto para empezar una caminata al aire libre. Avanzamos por la playa, cerca de la orilla, en donde veíamos lanchas de pescadores y, más adelante, advertíamos las enormes olas que reventaban, por poco nos empapaban; debido a las corrientes marinas, no es recomendable meterse a nadar.


En pocos minutos llegamos hasta el inicio del sendero llamado El Faro: efectivamente en la parte alta se halla un faro, sólo debíamos subir las escaleras para llegar a verlo de cerca. Es un recorrido de 830 m de distancia. Aunque desde la playa parecía que el camino era agotador y las escaleras interminables, subir no fue tan difícil.

Durante el ascenso encontramos varios miradores, unos apuntando hacia la playa de San Lorenzo y otros hacia una playa llamada La Botada. Se trata de una ensenada donde, teniendo suerte, se puede observar a las ballenas acompañadas de sus crías. Debido al choque de corrientes, vientos y a la temperatura del agua, utilizan esta área para prepararlas con el fin de que puedan valerse por sí mismas y logren volver aquí (entre julio a septiembre) cuando sean adultas.

En días soleados es posible observar en el agua tortugas marinas y mantarrayas desde el acantilado. Como estaba nublado, sólo logramos ver la Isla de la Plata a lo lejos. Aunque si hubiésemos caminado a la hora en que el sol golpeaba con mayor intensidad, el recorrido hubiese sido pesado, ya que la sombra se encontraba únicamente bajo los techos de los miradores.

En menos tiempo del estipulado llegamos a estar parados junto al faro. Hace 60 años la armada del país colocó el primero, pero se derrumbó y construyeron uno nuevo (con paneles solares para encenderse durante la noche) a finales del 2018. Teníamos una agradable vista desde aquí, pero decidimos seguir andando hasta pasar otros miradores y llegar a la segunda entrada del sendero, la cual conecta con una calle de San Lorenzo para quienes deciden venir en vehículo; posee parqueadero gratuito.

A lo largo de todo el sendero obtuvimos distintas perspectivas del faro, las playas y las montañas. Tardamos poco más de una hora en recorrerlo, entre que parábamos a sacar fotos y admirar el paisaje que estaba acompañado con el vuelo de algunas aves. El acceso es gratuito, nos dijeron que pronto esperan colocar guías que acompañen al turista durante el recorrido mientras le cuentan parte de la historia del lugar.


Cerca de las 06:00 Pm descendimos hacia la playa (por las mismas escaleras que subimos). Al avanzar por el lado derecho, al final de la arena, nos topamos con una roca gigante a la orilla del mar.

Es quizás una de las imágenes más características de la playa de San Lorenzo, la cual sentimos sumamente tranquila para caminar sobre la arena, aunque nos recomendaron no hacerlo –ni subir al faro– tan tarde, ni en oscuridad ni en solitario. Fuimos en un día entre semana y nos encontramos con algunos turistas nacionales y extranjeros. Los fines de semana acude más gente.

Regresando al hospedaje, antes de que anocheciera, buscamos un restaurante para comer, pero los pocos que habíamos visto al comienzo –antes de subir al faro–, estaban cerrados. Sabíamos que el hambre no esperaría, así que le preguntamos a los dueños del hostal (una familia canadiense muy amable) si conocían algún local.

No estaban seguros de que hubiera uno abierto a esa hora, así que ellos mismos se ofrecieron a prepararnos unas exquisitas hamburguesas caseras con papa fritas por $5.00 cada una; terminamos encantados por su sabor. Comimos en la terraza del hostal, viendo a la distancia cómo la luz del faro giraba en lo alto de la montaña.

A la mañana siguiente desayunamos a las 09:00 Am en el restaurante El Delfin Azul 2, frente al mar, a pocos pasos de nuestro hospedaje. Aunque tenía mesas sobre la arena, decidimos comer dentro del local para protegernos del viento. Pedimos bolón de chicharrón con huevo por $2.90. Necesitábamos comer algo abundante para la caminata que nos esperaba en el próximo lugar.

A menos de cinco minutos de San Lorenzo, se ubica el Refugio de Vida Silvestre Marino Costero Pacoche. La entrada (llamada Sendero Pasaje del Mono) está a un costado de la carretera. Para ingresar es obligatorio registrarse con los guardaparques en la caseta y hacer la caminata junto a un guía, el cual cobra $20.00 por grupo –máximo de 20 personas–. Hasta las 04:00 Pm se puede acceder. No hay estacionamiento, pero los vehículos pueden quedarse orillados en la ruta.

En esta área no había señal de celular, estábamos alrededor de los 240 msnm y sentíamos un ligero frío al comenzar el sendero, cerca del mediodía. Nos esperaban dos km de caminata en donde entraríamos por un lado y saldríamos por otro. Apenas empezamos, el guía nos iba explicando sobre las plantas y árboles que aparecían frente a nosotros, así como los animales e insectos, como una tarántula y la rana más pequeña del mundo.

Sólo el primer tramo del camino era empedrado, fácil de pasar. Después, se tornó tierroso, un tanto lodoso y debíamos sortear algunas rocas –a veces resbaladizas– y pisar firme sobre unas piedras para cruzar las pequeñas partes donde pasaba el agua. Nada complicado si se tenían los zapatos adecuados. El trayecto sin duda fue más agradable al contar con ropa clara y manga larga para protegerse de los mosquitos (imprescindible ponerse repelente). Aunque al final nos sacamos los abrigos por la humedad.

También descendimos por unas inclinadas escaleras de madera que tenían una especie de balcones desde donde veíamos grandes árboles, un panorama lleno de naturaleza. Lo único que nos faltó ver fueron los famosos monos aulladores que habitan la zona, sin embargo, los escuchamos bien cerca.

En total tardamos una hora y media en salir hasta el otro lado, a 2 km de la caseta por la que entramos. El guía dijo que tomaríamos una camioneta que hace de transporte público en el sector para regresar. Pagamos $0.50 cada uno y en pocos minutos llegamos a la entrada principal. Fue una aventura que sin duda recomendamos hacer, ya que se siente una desconexión total con el exterior para entrar en contacto con la naturaleza.

Sólo nos faltó conocer una cascada (en esta época posee poca agua) a la cual se puede llegar caminando desde San Lorenzo con una persona de la comunidad que sepa el camino. También hay acceso desde la carretera, atravesando un túnel –especie de alcantarilla– en donde habitan murciélagos que, según nos dijeron, rozan las cabezas de los turistas al volar.


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