Ascenso a las Agujas de Whymper en el Chimborazo

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Datos importantes
Presupuesto:
Medio de $101 - $250
Tiempo recomendado:
2 días

Ascenso a las Agujas de Whymper en el Chimborazo

Antes de iniciar el recorrido por la carretera tradicional, hicimos una parada en la gasolinera Primax que se ubica a la altura de Calpi, donde, aparte de contar con baños limpios, posee una tienda para provisionarse con snacks para la montaña. Habíamos salido temprano de la ciudad, y cuando pensábamos que continuaríamos por la dirección que ya conocíamos (la vía Riobamba – Guaranda), Wili –nuestro conductor y guía– dijo que tomaríamos una ruta alterna.

Se trataba del camino que conduce hacia el sitio conocido como Cuartel de los Incas. Este desvío lo tomamos pasando San Juan, antes de llegar a la comunidad Chimborazo. El paisaje que apreciábamos tras el parabrisas era de pequeñas viviendas, árboles altos, animales –en su mayoría vacas– y un verde infinito que se mezclaba con la neblina.

También nos cruzamos con algunas personas de la localidad. Pasamos por un sector llamado Tambohuasha, en donde es posible realizar turismo comunitario, aunque vimos cerradas las instalaciones del hospedaje.

Más adelante, nos topamos con una intersección que indicaba: Cuartel de los Incas a la izquierda, y Sendero de los Hieleros a la derecha, hacia este lado se encuentra la casa de Baltazar Ushca, un famoso personaje del país, más conocido como El Último Hielero del Chimborazo.

Giramos a la izquierda y continuamos avanzando, la ruta se volvía cada vez más extrema. Huecos, desniveles, partes de tierra y piedras, monte en el suelo; estábamos atravesando parte del Camino del Inca. De un lado la montaña y del otro el abismo. No sentimos ningún peligro, pero sí recomendamos ir en un vehículo 4x4 y con alguien que conozca bien el trayecto completo.

A lo lejos, por un costado del camino, logramos ver una explanada, se trataba del Cuartel de los Incas, donde años atrás encontraron armas de piedra. Nuestro guía nos comentó que, hoy en día, se pueden apreciar ojos de agua mineral, aunque permanecen cercados por la gente de la comunidad.

Estábamos a 1.4 km de distancia, 25 minutos a pie, pero debíamos continuar hacia nuestro objetivo principal; en otro momento regresaremos para conocer más de cerca el cuartel. También llegamos a pasar por una parte del sendero que conduce al Templo Machay, cuyo punto de inicio es en el Refugio Carrel, a 4.845 msnm.

Volvimos a la carretera tradicional, la vía Riobamba – Guaranda, salimos a la altura del Cañón La Chorrera donde se practica escalada en paredes rocosas. Mientras fotografiábamos el lugar, nos percatamos de que, al fondo, había una cascada (se llama La Chorrera), a la cual se puede llegar sin mucha dificultad, es una caminata corta que también dejaremos para otro momento.



Ingresamos a la La Reserva de Producción de Fauna Chimborazo a las 09:00 Am. Nos registramos en la caseta de información de manera gratuita, hicimos una parada por los baños (mantienen un costo de $0,25) y empezamos el ascenso en vehículo hasta el parqueadero del primer refugio –Carrel–. Toma alrededor de 25 minutos cubrir los 8 km del camino de tierra, en donde el cruce de vicuñas, y en ocasiones la neblina, forman parte del paisaje.

Al bajarnos del carro, nos equipamos con los bastones de senderismo, los abrigos de lluvia y nos colocamos doble guantes. Una recomendación importante para quienes viajen desde la Costa: es mejor aclimatarse un tiempo antes de subir; uno o dos días de ser posible. En caso de llegar directo, se aconseja ascender muy despacio.

Ya habíamos estado antes por este sendero, rumbo al segundo refugio del Chimborazo y posteriormente a la Laguna Cóndor Cocha, la diferencia era que ahora superaríamos los 5,100 msnm, y también llevaríamos puesto mascarillas, las cuales pudimos quitarnos porque no había nadie a nuestro alrededor (a tanta altura dificultan la respiración).

Antes de las 10:00 Am llegamos al segundo refugio –llamado Whymper–. Cada uno subió a su ritmo, inhalando por la nariz y exhalando por la boca, resultó una caminata sencilla. Había neblina y nieve. Nos hidratamos y comimos chocolate (preferible de 70 a 100 % cacao) con barras de cereal para recargar energías. A partir de este punto, iniciaba la aventura que tanto anhelábamos.

Descansamos unos minutos mientras aguardábamos a que mejorara el clima –estaba nublado–. Hasta el segundo refugio y la laguna, es posible llegar por cuenta propia, pero a las Agujas de Whymper es recomendable ir con guía. Wili iba marcando el paso para nosotros pisar sus huellas, analizaba si la nieve estaba dura o suave, para avanzar con precaución.


Este sendero se presentaba complicado, los zapatos se nos enterraban hasta cubrir el tobillo –incluso las rodillas–. El panorama se nublaba por segundos y luego se despejaba, nuestro guía se percataba cada minuto del entorno, de acuerdo a eso, existía la posibilidad de continuar o ponerle fin a la aventura y regresar, pero como él decía: si vamos con la mejor energía y le pedimos permiso a la montaña, llegaremos bien.

Y así lo hicimos. El clima fue mejorando, veíamos las agujas más cerca, sin embargo, daba la impresión de que se alejaban con cada paso que dábamos, hasta que, luego de dos horas, y de acostumbrarnos a cargar nieve dentro de los zapatos, e indicarle a nuestro cuerpo que no dejase de mover las piernas, nos vimos de pie frente a las rocas. Eran más grande de lo que creíamos.


Nos encontrábamos a 5,283 msnm, agotados pero felices de haberlo logrado. Hay gente que llega con el equipo necesario para escalar las rocas. Nosotros nos contentamos con quitarnos los guantes y tocarlas. Al ascender un poco más y pasar las Agujas de Whymper, el asombro fue inmediato.

Un paisaje completamente diferente y nuevo para nosotros –entre nieve, glaciar, tierra y grandes rocas–, tanto así que a Andrea se le salieron un par de lágrimas. Teníamos otra perspectiva del Volcán Chimborazo, incluso se apreciaba parte del glaciar a lo lejos y admirábamos las agujas desde una mayor altura.

Nunca antes habíamos estado tan alto, por lo que permanecimos bastante tiempo arriba –casi una hora–, sacando algunas tomas con la cámara, viendo el paisaje y recobrando energías hasta que llegara el momento de retornar por el mismo camino (el cual se dio a la 01:20 Pm). Comimos dulces, chicles y nos pusimos aceite de lavanda sobre las manos –o mejor dicho, los guantes– para llevarlas a la cara y olerlo de cerca; ayudaba a que respirásemos mejor y relajar el cuerpo.


Pensábamos que el descenso sería fácil, pero los pies se enterraban con la misma frecuencia. Debíamos tener mayor cuidado. Cuando estábamos dando los primeros pasos, Andrea se cayó y se deslizó unos escasos metros; reaccionar rápido, voltearse boca abajo y enterrar los zapatos –al igual que los bastones de senderismo– le ayudó a detenerse inmediatamente.

No sucedió nada grave, luego del susto nos reímos (ella pensaba que llegaría hasta un precipicio, pero eso no era posible en esta ruta). Después, mientras continuábamos bajando, nos deslizamos los tres por la nieve, pero esta vez fue sentados y a manera de juego. Sin duda nos divertimos como niños y ganamos bastante tiempo. La nieve ya no sólo se introducía dentro de las botas, sino también en los pantalones.

Seguimos deslizándonos parados, a modo de esquí, hasta donde lo permitió la nieve, luego continuamos descendiendo de la forma adecuada: con las rodillas flexionadas y pisando primero con el talón y luego bajando la punta del pie. Alrededor de las 03:00 Pm llegamos al primer refugio, donde empezó esta hazaña a pie.


A esa hora, el Refugio Carrel se hallaba abierto –sus baños y el bar–. Nos dijeron que, debido a la pandemia, lo abren únicamente los fines de semana. El segundo permanece cerrado hasta nuevo aviso y no es posible pernoctar en ninguno.

Una vez trepados en el vehículo, nos sacamos los zapatos junto con las medias, estaban empapados gracias a la nieve. Regresamos cansados hasta Riobamba, pero luego de una extensa caminata, sólo pensábamos en ducharnos y salir a comer. No hubo mejor manera de cerrar el día que cenando en el restaurante El Delirio.

Una antigua casa en la cual llegó Simón Bolívar, junto con Manuelita Sáenz, durante su paso por la ciudad. Dentro de estas paredes escribió su obra titulada Mi delirio sobre el Chimborazo. En el interior de la edificación existe un monumento donde se puede leer un fragmento de su poema. Adicionalmente, el restaurante está decorado con fotografías, pinturas y máscaras que representan las características y tradiciones de la zona.

La aventura nos dejó agotados, no todos los días se logra una hazaña a casi 5,300 metros de altura, y aunque terminamos con una enorme felicidad, esta experiencia también nos dejó un aprendizaje: siempre llevar gafas a la montaña, sobre todo si hay bastante nieve, ya que es similar a un espejo y refleja los rayos UV.

Andrea no pudo dormir esa noche, tenía los ojos irritados y le ardían al cerrar los párpados. Le colocamos una toalla mojada para calmar el dolor y, gracias a unas gotas especiales y al gel de la sábila –es una planta medicinal– que absorbió lo caliente de sus ojos, se sintió mejor al día siguiente.

Un pequeño incidente que no borró lo bien que pasamos en el nevado, ni quitará las ganas de alcanzar cimas más grandes. Al final sabemos que formó parte de la aventura.



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